CAPITULO XXIV

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La carta de la señorita Austin llegó, y puso fin a todas las dudas. La primera frase ya comunicaba que todos se habían establecido en Londres para pasar el invierno, y al final expresaba el pesar de Charlotte por no haber tenido tiempo, antes de abandonar el campo, de pasar a presentar sus respetos a sus amigos de Hertfordshire. No había esperanza, se había desvanecido por completo. Engfa siguió leyendo, pero encontró pocas cosas, aparte de las expresiones de afecto de su autora, que pudieran servirle de alivio. El resto de la carta estaba casi por entero dedicado a elogiar a la hermana de la señora Armstrong. Insistía de nuevo sobre sus múltiples atractivos, y Ampere presumía muy contenta de su creciente intimidad con ella, aventurándose a predecir el cumplimiento de los deseos que ya manifestaba en la primera carta. También le contaba con regocijo que su hermana era íntima de la familia Armstrong, y mencionaba con entusiasmo ciertos planes de este último, relativos al nuevo mobiliario. 

Freen, a quien Engfa comunicó en seguida lo más importante de aquellas noticias, la escuchó en silencio y muy indignada. Su corazón fluctuaba entre la preocupación por su hermana y el odio a todos los demás. No daba crédito a la afirmación de Ampere de que su hermana estaba interesada por la señorita Armstrong. No dudaba, como no lo había dudado jamás, que Austin estaba enamorada de Engfa; pero Freen, que siempre le tuvo tanta simpatía, no pudo pensar sin rabia, e incluso sin desprecio, en aquella debilidad de carácter y en su falta de decisión, que le hacían esclava de sus intrigantes amigos y le arrastraban a sacrificar su propia felicidad al capricho de los deseos de aquellos. Si no sacrificase más que su felicidad, podría jugar con ella como se le antojase; pero se trataba también de la felicidad de Engfa, y pensaba que ella debería tenerlo en cuenta.

En fin, era una de esas cosas con las que es inútil romperse la cabeza. Freen no podía pensar en otra cosa; y tanto si el interés de Austin había muerto realmente, como si había sido obstaculizada por la intromisión de sus amigos; tanto si Austin sabía del afecto de Engfa, como si le había pasado inadvertido; en cualquiera de los casos, y aunque la opinión de Freen sobre Austin pudiese variar según las diferencias, la situación de Engfa seguía siendo la misma y su paz se había perturbado. Un día o dos transcurrieron antes de que Engfa tuviese el valor de confesar sus sentimientos a su hermana; pero, al fin, en un momento en que la señora Chankimha las dejó solas después de haberse irritado más que de costumbre con el tema de Netherfield y su dueña, la joven no lo pudo resistir y exclamó:

—¡Si mi querida madre tuviese más dominio de sí misma! No puede hacerse idea de lo que me duelen sus continuos comentarios sobre la señora Austin. Pero no me pondré triste. No puede durar mucho. La olvidaré y todos volveremos a ser como antes.

Freen, solícita e incrédula, miró a su hermana, pero no dijo nada.

—¿Lo dudas? —preguntó Engfa ligeramente ruborizada—. No tienes motivos. Le recordaré siempre como la mejor persona que he conocido, eso es todo. Nada tengo que esperar ni que temer, y nada tengo que reprocharle. Gracias a Dios, no me queda esa pena. Así es que, dentro de poco tiempo, estaré mucho mejor. Con voz más fuerte añadió después:

—Tengo el consuelo de pensar que no ha sido más que un error de la imaginación por mi parte y que no ha perjudicado a nadie más que a mí misma.

—¡Querida Engfa! —exclamó Freen—. Eres demasiado buena. Tu dulzura y tu desinterés son verdaderamente angelicales. No sé qué decirte. Me siento como si nunca te hubiese hecho justicia, o como si no te hubiese querido todo lo que mereces.

Engfa negó vehementemente que tuviese algún mérito extraordinario y rechazó los elogios de su hermana que eran sólo producto de su gran afecto.

—No —dijo Freen—, eso no está bien. Todo el mundo te parece respetable y te ofendes si yo hablo mal de alguien. Tú eres la única a quien encuentro perfecta y tampoco quieres que te lo diga. No temas que me exceda apropiándome de tu privilegio de bondad universal. No hay peligro. A poca gente quiero de verdad, y de muy pocos tengo buen concepto. Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano, y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia. Últimamente he tenido dos ejemplos: uno que no quiero mencionar, y el otro, la boda de Nam. ¡Es increíble! ¡Lo mires como lo mires, es increíble!

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora