Freen se despertó a la mañana siguiente con los mismos pensamientos y cavilaciones con que se había dormido. No lograba reponerse de la sorpresa de lo acaecido; le era imposible pensar en otra cosa. Incapaz de hacer nada, en cuanto desayunó decidió salir a tomar el aire y a hacer ejercicio. Se encaminaba directamente hacia su paseo favorito, cuando recordó que Armstrong iba alguna vez por allí; se detuvo y en lugar de entrar en la finca tomó otra vereda en dirección contraria a la calle donde estaba la barrera de portazgo, y que estaba aún limitada por la empalizada de Rosings, y pronto pasó por delante de una de las portillas que daba acceso a la finca. Después de pasear dos o tres veces a lo largo de aquella parte del camino, le entró la tentación, en vista de lo deliciosa que estaba la mañana, de pararse en las portillas y contemplar la finca. Las cinco semanas que llevaba en Kent había transformado mucho la campiña, y cada día verdeaban más los árboles tempranos. Se disponía a continuar su paseo, cuando vislumbró a una dama en la alameda que bordeaba la finca; la dama caminaba en dirección a ella, y Freen, temiendo que fuese Armstrong, retrocedió al instante. Pero la persona, que se adelantaba, estaba ya lo suficientemente cerca para verla; siguió andando de prisa y pronunció su nombre. Ella se había vuelto, pero al oír aquella voz en la que reconoció a Armstrong, continuó en dirección a la puerta. La dama la alcanzó y, mostrándole una carta que ella tomó instintivamente, le dijo con una mirada altiva:
—He estado paseando por la alameda durante un rato esperando encontrarla. ¿Me concederá el honor de leer esta carta? Y entonces, con una ligera inclinación, se encaminó de nuevo hacia los plantíos y pronto se perdió de vista. Sin esperar ningún agrado, pero con gran curiosidad, Freen abrió la carta, y su asombro fue en aumento al ver que el sobre contenía dos pliegos completamente escritos con una letra muy apretada. Incluso el sobre estaba escrito.
Prosiguiendo su paseo por el camino, la empezó a leer. Estaba fechada en Rosings a las ocho de la mañana y decía lo siguiente:
No se alarme, señorita, al recibir esta carta, ni crea que voy a repetir en ella mis sentimientos o a renovar las proposiciones que tanto le molestaron anoche. Escribo sin ninguna intención de afligirla ni de humillarme yo insistiendo en unos deseos que, para la felicidad de ambas, no pueden olvidarse tan fácilmente; el esfuerzo de redactar y de leer esta carta podía haber sido evitado si mi modo de ser no me obligase a escribirla y a que usted la lea. Por lo tanto, perdóneme que tome la libertad de solicitar su atención; aunque ya sé que habrá de concedérmela de mala gana, se lo pido en justicia. Ayer me acusó usted de dos ofensas de naturaleza muy diversa y de muy distinta magnitud.
La primera fue el haber separado a la señora Austin de su hermana, sin consideración a los sentimientos de ambas; y el otro que, a pesar de determinados derechos y haciendo caso omiso del honor y de la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y destruí el futuro del señor Asavarid. Haber abandonado despiadada e intencionadamente al compañero de mi juventud y al favorito de mi madre, a un joven que casi no tenía más porvenir que el de nuestra rectoría y que había sido educado para su ejercicio, sería una depravación que no podría compararse con la separación de dos jóvenes cuyo afecto había sido fruto de tan sólo unas pocas semanas. Pero espero que retire usted la severa censura que tan abiertamente me dirigió anoche, cuando haya leído la siguiente relación de mis actos con respecto a estas dos circunstancias y sus motivos. Si en la explicación que no puedo menos que dar, me veo obligada a expresar sentimientos que la ofendan, sólo puedo decir que lo lamento. Hay que someterse a la necesidad y cualquier disculpa sería absurda. No hacía mucho que estaba en Hertfordshire cuando observé, como todo el mundo, que la señora Austin distinguía a su hermana mayor mucho más que a ninguna de las demás muchachas de la localidad; pero hasta la noche del baile de Netherfield no vi que su cariño fuese formal. Varias veces la había visto antes enamorada. En aquel baile, mientras tenía el honor de estar bailando con usted, supe por primera vez, por una casual información de sir Jirawat, que las atenciones de Austin para con su hermana habían hecho concebir esperanzas de matrimonio; me habló de ello como de una cosa resuelta de la que sólo había que fijar la fecha. Desde aquel momento observé cuidadosamente la conducta de mi amiga y pude notar que su inclinación hacia la señorita Chankimha era mayor que todas las que había sentido antes. También estudié a su hermana. Su aspecto y sus maneras eran francas, alegres y atractivas como siempre, pero no revelaban ninguna estimación particular. Mis observaciones durante aquella velada me dejaron convencida de que, a pesar del placer con que recibía las atenciones de mi amiga, no le correspondía con los mismos sentimientos. Si usted no se ha equivocado con respecto a esto, será que yo estaba en un error. Como sea que usted conoce mejor a su hermana, debe ser más probable lo último; y si es así, si movida por aquel error la he hecho sufrir, su resentimiento no es inmotivado. Pero no vacilo en afirmar que el aspecto y el aire de su hermana podían haber dado al más sutil observador la seguridad de que, a pesar de su carácter afectuoso, su corazón no parecía haber sido afectado. Es cierto que yo deseaba creer en su indiferencia, pero le advierto que normalmente mis estudios y mis conclusiones no se dejan influir por mis esperanzas o temores. No la creía indiferente porque me convenía creerlo, lo creía con absoluta imparcialidad. Mis objeciones a esa boda no eran exactamente las que anoche reconocí que sólo podían ser superadas por la fuerza de la pasión, como en mi propio caso; la desproporción de categoría no sería tan grave en lo que atañe a mi amiga como en lo que a mí se refiere; pero había otros obstáculos que, a pesar de existir tanto en el caso de mi amiga como en el mío, habría tratado de olvidar puesto que no me afectaban directamente. Debo decir cuáles eran, aunque lo haré brevemente.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.