El día en que la señora Chankimha se separó de sus dos mejores hijas, fue de gran bienaventuranza para todos sus sentimientos maternales. Puede suponerse con qué delicioso orgullo visitó después a la señora de Austin y habló de la señora de Armstrong. Querría poder decir, en atención a su familia, que el cumplimiento de sus más vivos anhelos al ver colocadas a tantas de sus hijas, surtió el feliz efecto de convertirla en una mujer sensata, amable y juiciosa para toda su vida; pero quizá fue una suerte para su marido (que no habría podido gozar de la dicha del hogar en forma tan desusada) que siguiese ocasionalmente nerviosa e invariablemente mentecata.
El señor Chankimha echó mucho de menos a su Freen; su afecto por ella le sacó de casa con una frecuencia que no habría logrado ninguna otra cosa. Le deleitaba ir a Pemberley, especialmente cuando menos le esperaban.
Austin y Engfa sólo estuvieron un año en Netherfield. La proximidad de su madre y de los parientes de Meryton no era deseable ni aun contando con el fácil carácter de Austin y con el cariñoso corazón de Engfa. Entonces se realizó el sueño dorado de las hermanas de Austin; ésta compró una posesión en un condado cercano a Derbyshire, y Engfa y Freen, para colmo de su felicidad, no estuvieron más que a treinta millas de distancia. Song, sólo por su interés material, se pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos hermanas mayores; y frecuentando una sociedad tan superior a la que siempre había conocido, progresó notablemente. Su temperamento no era tan indomable como el de Neung, y lejos del influjo de ésta, llegó, gracias a una atención y dirección conveniente, a ser menos irritable, menos ignorante y menos insípida. Como era natural, la apartaron cuidadosamente de las anteriores desventajas de la compañía de Neung, y aunque la señora de Asavarid la invitó muchas veces a ir a su casa, con la promesa de bailes y galanes, su padre nunca consintió que fuese.
Irin fue la única que se quedó en la casa y se vio obligada a no despegarse de las faldas de la señora Chankimha, que no sabía estar sola. Con tal motivo tuvo que mezclarse más con el mundo, pero pudo todavía moralizar acerca de todas las visitas de las mañanas, y como ahora no la mortificaban las comparaciones entre su belleza y la de sus hermanas, su padre sospechó que había aceptado el cambio sin disgusto.
En cuanto a Asavarid y Neung, las bodas de sus hermanas les dejaron tal como estaban. Él aceptaba filosóficamente la convicción de que Freen sabría ahora todas sus falsedades y toda su ingratitud que antes había ignorado; pero, no obstante, alimentaba aún la esperanza de que Armstrong influiría para labrar su suerte. La carta de felicitación por su matrimonio que Freen recibió de Neung daba a entender que tal esperanza era acariciada, si no por el mismo, por lo menos por su mujer. Decía textualmente así:
Mi querida Freen, Te deseo la mayor felicidad. Si quieres a la señora Armstrong la mitad de lo que yo quiero a mi adorado Asavarid, serás muy dichosa. Es un gran consuelo pensar que eres tan rica; y cuando no tengas nada más que hacer, acuérdate de nosotros. Estoy segura de que a Asavarid le gustaría muchísimo un destino de la corte, y nunca tendremos bastante dinero para vivir allí sin alguna ayuda. Me refiero a una plaza de trescientas o cuatrocientas libras anuales aproximadamente; pero, de todos modos, no le hables a Armstrong de eso si no lo crees conveniente. Y como daba la casualidad de que Freen lo creía muy inconveniente, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y sueño de esa índole. Pero con frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía su práctica de lo que ella llamaba economía en sus gastos privados. Siempre se vio que los ingresos administrados por personas tan manirrotas como ellos dos y tan descuidados por el porvenir, habían de ser insuficientes para mantenerse. Cada vez que se mudaban, o Engfa o ella recibían alguna súplica de auxilio para pagar sus cuentas. Su vida, incluso después de que la paz les confinó a un hogar, era extremadamente agitada. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en busca de una casa más barata y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Asavarid por Neung no tardó en convertirse en indiferencia; el de Neung duró un poco más, y a pesar de su juventud y de su aire, conservó todos los derechos a la reputación que su matrimonio le había dado.
Aunque Armstrong nunca recibió a Asavarid en Pemberley, le ayudó a progresar en su carrera por consideración a Freen. Neung les hizo alguna que otra visita cuando su marido iba a divertirse a Londres o iba a tomar baños. A menudo pasaban temporadas con las Austin, hasta tal punto que lograron acabar con el buen humor de Austin y llegó a insinuarles que se largasen.
La señorita Austin quedó muy resentida con el matrimonio de Armstrong, pero en cuanto se creyó con derecho a visitar Pemberley, se le pasó el resentimiento: estuvo más loca que nunca por Emily, casi tan atenta con Armstrong como en otro tiempo y tan cortés con Freen que le pagó sus atrasos de urbanidad.
Emily se quedó entonces a vivir en Pemberley y se encariñó con su nueva hermana tanto como Armstrong había previsto. Las dos se querían tiernamente. Emily tenía el más alto concepto de Freen, aunque al principio se asombrase y casi se asustase al ver lo juguetona que era con Rebecca; veía a aquella mujer que siempre le había inspirado un respeto que casi sobrepasaba al cariño, convertido en objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió unas luces con las que nunca se había tropezado. Ilustrada por Freen, empezó a comprender que una mujer puede tomarse con su pareja unas libertades que una hermana nunca puede tolerar a una hermana diez años menor que ella.
Lady Tassawan se puso como una fiera con la boda de su sobrina, y como abrió la esclusa a toda su genuina franqueza al contestar a la carta en la que Armstrong le informaba de su compromiso, usó un lenguaje tan inmoderado, especialmente al referirse a Freen, que sus relaciones quedaron interrumpidas por algún tiempo. Pero, al final, convencida por Freen, Armstrong accedió a perdonar la ofensa y buscó la reconciliación. Su tía resistió todavía un poquito, pero cedió a su cariño por ella o a su curiosidad por ver cómo se comportaba su esposa, de modo que se dignó visitarles en Pemberley, a pesar de la profanación que habían sufrido sus bosques no sólo por la presencia de semejante dueña, sino también por las visitas de sus tíos de Londres.
Con los Sawaros estuvieron siempre los Armstrong en la más íntima relación. Armstrong, lo mismo que Freen, los quería de veras; ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al llevar a Freen a Derbyshire, habían sido las causantes de su unión.
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FIN
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.