—Espero, querida —dijo el señor Chankimha a su esposa; mientras desayunaban a la mañana siguiente—, que hayas preparado una buena comida, porque tengo motivos para pensar que hoy se sumará una más a nuestra mesa.
—¿A quién te refieres, querido? No tengo noticia de que venga nadie, a no ser que a Nam Wachirasarunpat se le ocurra visitarnos, y me parece que mis comidas son lo bastante buenas para ella. No creo que en su casa sean mejores.
—La persona de la que hablo es una dama distinguida, y forastera.
Los ojos de la señora Chankimha relucían como chispas.
—¿Una dama distinguida y forastera? Es la señora Austin, no hay duda. ¿Por qué nunca dices ni palabra de estas cosas, Engfa? ¡Qué cuca eres! Bien, me alegraré mucho de verla. Pero ¡Dios mío, qué mala suerte! Hoy no se puede conseguir ni un poco de pescado. Neung, cariño, toca la campanilla; tengo que hablar con Hill al instante.
—No es la señora Austin —dijo su esposo—; se trata de una persona que no he visto en mi vida. Estas palabras despertaron el asombro general; y él tuvo el placer de ser interrogado ansiosamente por su mujer y sus cinco hijas a la vez. Después de divertirse un rato, excitando su curiosidad, les explicó:
—Hace un mes recibí esta carta, y la contesté hace unos quince días,
porque pensé que se trataba de un tema muy delicado y necesitaba tiempo para reflexionar. Es de mi prima, la señora Faye Malisorn, la que, cuando yo me muera, puede echaros de esta casa en cuanto le apetezca.
—¡Oh, querido! —se lamentó su esposa—. No puedo soportar oír hablar del tema. No menciones a esa mujer tan odiosa. Es lo peor que te puede pasar en el mundo, que tus bienes no los puedan heredar tus hijas. De haber sido tú, hace mucho tiempo que yo habría hecho algo al respecto.
Engfa y Freen intentaron explicarle por qué no les pertenecía la herencia. Lo habían intentado muchas veces, pero era un tema con el que su madre perdía totalmente la razón; y siguió quejándose amargamente de la crueldad que significaba desposeer de la herencia a una familia de cinco hijas, en favor de una mujer que a ninguna le importaba nada.
—Ciertamente, es un asunto muy injusto —dijo el señor Chankimha—, y no hay nada que pueda probar la culpabilidad de la señora Malisorn por heredar Longbourn. Pero si escuchas su carta, puede que su modo de expresarse te tranquilice un poco.
—No, no la escucharé; y, además, me parece una impertinencia que te escriba, y una hipocresía. No soporto a esas falsas amistades. ¿Por qué no continúa pleiteando contigo como ya lo hizo su padre?
—Porque parece tener algún cargo de conciencia, como vas a oír:
Hunsford, cerca de Westerham, Kent, 15 de octubre.
Estimado señor: El desacuerdo subsistente entre usted y mi padre, recientemente fallecido, siempre me ha hecho sentir cierta inquietud, y desde que tuve la desgracia de perderlo, he deseado zanjar el asunto, pero durante algún tiempo me retuvieron las dudas, temiendo ser irrespetuosa a su memoria, al ponerme en buenos términos con alguien con el que él siempre estaba en discordia, tan poco tiempo después de su muerte. Pero ahora ya he tomado una decisión sobre el tema, por haber sido ordenada en Pascua, ya que he tenido la suerte de ser distinguida con el patrocinio de la muy honorable lady Yo Tassawan de Bourgh, viuda de sir Tassawan de Bourgh, cuya generosidad y beneficencia me ha elegido a mí para hacerme cargo de la estimada rectoría de su parroquia, donde mi más firme propósito será servir a Su Señoría con gratitud y respeto, y estar siempre dispuesta a celebrar los ritos y ceremonias instituidos por la Iglesia de Inglaterra. Por otra parte, como sacerdotisa, creo que es mi deber promover y establecer la bendición de la paz en todas las familias a las que alcance mi influencia; y basándome en esto espero que mi presente propósito de buena voluntad sea acogido de buen grado, y que la circunstancia de que sea yo la heredera de Longbourn sea olvidada por su parte y no le lleve a rechazar la rama de olivo que le ofrezco. No puedo sino estar preocupada por perjudicar a sus agradables hijas, y suplico que se me disculpe por ello, también quiero dar fe de mi buena disposición para hacer todas las enmiendas posibles de ahora en adelante. Si no se opone a recibirme en su casa, espero tener la satisfacción de visitarle a usted y a su familia, el lunes 18 de noviembre a las cuatro, y puede que abuse de su hospitalidad hasta el sábado siguiente, cosa que puedo hacer sin ningún inconveniente, puesto que lady Tassawan de Bourgh no pondrá objeción y ni siquiera desaprobaría que estuviese ausente fortuitamente el domingo, siempre que hubiese alguna otra sacerdotisa dispuesta para cumplir con las obligaciones de ese día. Le envío afectuosos saludos para su esposa e hijas, su amiga que le desea todo bien, Faye Malisorn.
—Por lo tanto, a las cuatro es posible que aparezca esta dama conciliadora —dijo el señor Chankimha mientras doblaba la carta—. Parece ser una joven educada y atenta; no dudo de que su amistad nos será valiosa, especialmente si Lady Ya Tassawan es tan indulgente como para dejarla venir a visitarnos.
—Ya ves, parece que tiene sentido eso que dice sobre nuestras hijas. Si está dispuesta a enmendarse, no seré yo la que lo desanime.
—Aunque es difícil —observó Engfa— adivinar qué entiende ella por esa reparación que cree que nos merecemos, debemos dar crédito a sus deseos. A Freen le impresionó mucho aquella extraordinaria referencia hacia lady Tassawan y aquella sana intención de bautizar, casar y enterrar a sus feligreses siempre que fuese preciso.
—Debe ser un poco rara —dijo—. No puedo imaginármela. Su estilo es algo pomposo. ¿Y qué querrá decir con eso de disculparse por ser la heredera de Longbourn? Supongo que no trataría de evitarlo, si pudiese. Papá, ¿será una dama astuta?
—No, querida, no lo creo. Tengo grandes esperanzas de que sea lo contrario. Hay en su carta una mezcla de servilismo y presunción que lo afirma. Estoy impaciente por verle.
—En cuanto a la redacción —dijo Irin—, su carta no parece tener defectos. Eso de la rama de olivo no es muy original, pero, así y todo, se expresa bien.
A Song y a Neung, ni la carta ni su autora les interesaban lo más mínimo. Era prácticamente imposible que su prima se presentase con casaca escarlata, y hacía ya unas cuantas semanas que no sentían agrado por ninguna persona vestido de otro color. En lo que a la madre respecta, la carta de la señora Malisorn había extinguido su rencor, y estaba preparada para recibirle con tal moderación que dejaría perplejos a su marido y a sus hijas.
La señora Malisorn llegó puntualmente a la hora anunciada y fue acogida con gran cortesía por toda la familia. El señor Chankimha habló poco, pero las damas estaban muy dispuestas a hablar, y la señora Malisorn no parecía necesitar que le animasen ni ser aficionada al silencio. Era una mujer de veinticinco años de edad, alta, de mirada profunda, con un aire conservador, estático y modales ceremoniosos. A poco de haberse sentado, felicitó a la señora Chankimha por tener unas hijas tan hermosas; dijo que había oído hablar mucho de su belleza, pero que la fama se había quedado corta en comparación con la realidad; y añadió que no dudaba que a todas las vería casadas a su debido tiempo. La cortesía no fue muy del agrado de todas las oyentes; pero la señora Chankimha, que no se andaba con cumplidos, contestó en seguida:
—Es usted muy amable y deseo de todo corazón que sea como usted dice, pues de otro modo quedarían las pobres bastante desamparadas, en vista de la extraña manera en que están dispuestas las cosas.
—¿Alude usted, quizá, a la herencia de esta propiedad?
—¡Ah! En efecto, señora. No me negará usted que es una cosa muy penosa para mis hijas. No la culpo; ya sabe que en este mundo estas cosas son sólo cuestión de suerte. Nadie tiene noción de qué va a pasar con las propiedades una vez que tienen que ser heredadas.
—Siento mucho el infortunio de sus lindas hijas; pero voy a ser cauta, no quiero adelantarme y parecer precipitada. Lo que sí puedo asegurar a estas jóvenes, es que he venido dispuesta a admirarlas. De momento, no diré más, pero quizá, cuando nos conozcamos mejor...
La interrumpieron para invitarle a pasar al comedor; y las muchachas se sonrieron entre sí. No sólo ellas fueron objeto de admiración de la señora Malisorn: examinó y elogió el vestíbulo, el comedor y todo el mobiliario; y las ponderaciones que de todo hacía, habrían llegado al corazón de la señora Chankimha, si no fuese porque se mortificaba pensando que Malisorn veía todo aquello como su futura propiedad. También elogió la cena y suplicó se le dijera a cuál de sus hermosas primas correspondía el mérito de haberla preparado. Pero aquí, la señora Chankimha le atajó sin miramiento diciéndole que sus medios le permitían tener una buena cocinera y que sus hijas no tenían nada que hacer en la cocina. Ella se disculpó por haberla molestado y la señora Chankimha, en tono muy suave, le dijo que no estaba nada ofendida. Pero Malisorn continuó excusándose casi durante un cuarto de hora.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.