Freen estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y sin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir Jirawat, enviado por su hija, para anunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las dos casas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Chankimha, con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Neung, siempre indiscreta y a menudo mal educada, exclamó alborotadamente:
—¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, Sir Jirawat? ¿No sabe que la señora Malisorn quiere casarse con Freen?
Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquel comportamiento; pero la buena educación de sir Jirawat estaba por encima de todo. Rogó que le permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la más absoluta corrección.
Freen se sintió obligada a ayudarle a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras, revelando lo que ella sabía por la propia Nam. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de sus hermanas felicitando calurosamente a sir Jirawat, en lo que pronto fue secundada por Engfa, y comentando la felicidad que se podía esperar del acontecimiento, dado el excelente carácter de la señora Malisorn y la conveniente distancia de Hunsford a Londres.
La señora Chankimha estaba ciertamente demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir Jirawat permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insistía en no creer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Malisorn la habían engañado; tercero, confiaba en que nunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendían claramente dos cosas: que Freen era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora Chankimha, había sido tratada de un modo bárbaro por todos.
El resto del día lo pasó despotricando, y no hubo nada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Freen sin reprenderla; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir Jirawat o a lady Mhee sin ser grosera; y mucho, antes de que perdonara a Nam. El estado de ánimo del señor Chankimha ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró, porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Nam, a quien nunca tuvo por muy lista, era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija. Engfa confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de su asombro que de sus sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Freen logró hacerle ver que semejante felicidad era improbable. Song y Neung estaban muy lejos de envidiar a Nam, pues Malisorn no era más que una clériga y el suceso no tenía para ellas más interés que el de poder difundirlo por Meryton. Lady Mhee no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Chankimha manifestándole el consuelo que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para contar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señora Chankimha podrían haber acabado con toda aquella felicidad.
Entre Freen y Nam había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema y Freen tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellas. La decepción que se había llevado de Nam le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración que nunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban que su opinión sobre ella nunca cambiaría, y cuya felicidad cada día la tenía más preocupada, pues hacía ya una semana que Austin se había marchado y nada se sabía de su regreso. Engfa contestó en seguida la carta de Ampere Austin, y calculaba los días que podía tardar en recibir la respuesta.
La prometida carta de Malisorn llegó el martes, dirigida al padre y escrita con toda la solemnidad de agradecimiento que sólo un año de vivir con la familia podía haber justificado. Después de disculparse al principio, procedía a informarle, con mucha grandilocuencia, de su felicidad por haber obtenido el afecto de su encantadora vecina la señorita Nam, y expresaba luego que sólo con la intención de gozar de su compañía se había sentido tan dispuesta a acceder a sus amables deseos de volverse a ver en Longbourn, en donde esperaba regresar del lunes en quince días; pues lady Tassawan, agregaba, aprobaba tan cordialmente su boda, que deseaba se celebrase cuanto antes, cosa que confiaba sería un argumento irrebatible para que su querida Nam fijase el día en que habría de hacerle la persona más feliz. La vuelta de Malisorn a Hertfordshire ya no era motivo de satisfacción para la señora Chankimha. Al contrario, lo deploraba más que su marido:
«Era muy raro que Malisorn viniese a Longbourn en vez de ir a casa de los Watchirasarunpat; resultaba muy inconveniente y extremadamente embarazoso. Odiaba tener visitas dado su mal estado de salud, y las novias eran las personas más insoportables del mundo.»
Éstos eran los continuos murmullos de la señora Chankimha, que sólo cesaban ante una angustia aún mayor: la larga ausencia de la señora Austin. Ni Engfa ni Freen estaban tranquilas con este tema. Los días pasaban sin que tuviese más noticia que la que pronto se extendió por Meryton: que las Austin no volverían en todo el invierno. La señora Chankimha estaba indignada y no cesaba de desmentirlo, asegurando que era la falsedad más atroz que oír se puede. Incluso Freen comenzó a temer, no que Austin hubiese olvidado a Engfa, sino que sus hermanas pudiesen conseguir apartarlo de ella. A pesar de no querer admitir una idea tan desastrosa para la felicidad de Engfa y tan indigna de la firmeza de su enamorada, Freen no podía evitar que con frecuencia se le pasase por la mente. Temía que el esfuerzo conjunto de sus desalmadas hermanas y de su influyente amiga, unido a los atractivos de la señorita Darcy y a los placeres de Londres, podían suponer demasiadas cosas a la vez en contra del cariño de Austin. En cuanto a Engfa, la ansiedad que esta duda le causaba era, como es natural, más penosa que la de Freen; pero sintiese lo que sintiese, quería disimularlo, y por esto entre ella y su hermana nunca se aludía a aquel asunto. A su madre, sin embargo, no la contenía igual delicadeza y no pasaba una hora sin que hablase de Austin, expresando su impaciencia por su llegada o pretendiendo que Engfa confesase que, si no volvía, la habrían tratado de la manera más indecorosa. Se necesitaba toda la suavidad de Engfa para aguantar estos ataques con tolerable tranquilidad.
Malisorn volvió puntualmente del lunes en quince días; el recibimiento que se le hizo en Longbourn no fue tan cordial como el de la primera vez. Pero la mujer era demasiado feliz para que nada le hiciese mella, y por suerte para todos, estaba tan ocupada en su cortejo que se veían libres de su compañía mucho tiempo. La mayor parte del día se lo pasaba en casa de los Watchirasarunpat, y a veces volvía a Longbourn sólo con el tiempo justo de excusar su ausencia antes de que la familia se acostase. La señora Chankimha se encontraba realmente en un estado lamentable. La sola mención de algo concerniente a la boda le producía un ataque de mal humor, y dondequiera que fuese podía tener por seguro que oiría hablar de dicho acontecimiento. El ver a Nam la descomponía. La miraba con horror y celos al imaginarla su sucesora en aquella casa. Siempre que Nam venía a verlos, la señora Chankimha llegaba a la conclusión de que estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que le comentaba algo en voz baja a Malisorn, estaba convencida de que hablaban de la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella y a sus hijas en cuanto el señor Chankimha pasase a mejor vida. Se quejaba de ello amargamente a su marido.
—La verdad, señor Chankimha —le decía—, es muy duro pensar que Nam Watchirasarunpat será un día la dueña de esta casa, y que yo me veré obligada a cederle el sitio y a vivir viéndola en mi lugar.
—Querida, no pienses en cosas tristes. Tengamos esperanzas en cosas mejores. Animémonos con la idea de que puedo sobrevivirte. No era muy consolador, que digamos, para la señora Chankimha; sin embargó, en vez de contestar, continuó:
—No puedo soportar el pensar que lleguen a ser dueños de toda esta propiedad. Si no fuera por el legado, me traería sin cuidado.
—¿Qué es lo que te traería sin cuidado?
—Me traería sin cuidado absolutamente todo.
—Demos gracias, entonces, de que te salven de semejante estado de insensibilidad.
—Nunca podré dar gracias por nada que se refiera al legado. No entenderé jamás que alguien pueda tener la conciencia tranquila desheredando a sus propias hijas. Y para colmo, ¡que la heredera tenga que ser la señora Malisorn! ¿Por qué ella, y no cualquier otra persona?
—Lo dejo a tu propia consideración.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.