CAPÍTULO X

142 7 0
                                    

El día pasó lo mismo que el anterior. La señora Nuttapong y la señorita Austin habían estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Freen se reunió con ellas en el salón. Pero no se dispuso la mesa de juego acostumbrada. Armstrong escribía y la señorita Austin, sentada a su lado, seguía el curso de la carta, interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana. El señor Nuttapong y Austin jugaban al piquet y la señora Nuttapong contemplaba la partida.

Freen se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente entretenimiento con atender a lo que pasaba entre Armstrong y su compañía. Los constantes elogios de ésta a la caligrafía de Armstrong, a la simetría de sus renglones o a la extensión de la carta, así como la absoluta indiferencia con que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba exactamente de acuerdo con la opinión que Freen tenía de cada uno de ellos.

—¡Qué contenta se pondrá la señorita Armstrong cuando reciba esta carta! Ella no contestó.

—Escribe usted más deprisa que nadie. —Se equivoca. Escribo muy despacio.

—¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas de negocios. ¡Cómo las detesto!

—Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, la que tenga que escribirlas.

—Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla.

—Ya se lo he dicho una vez, por petición suya.

—Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago increíblemente bien.

—Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.

—¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme?

Armstrong no hizo ningún comentario.

—Dígale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa; y le ruego que también le diga que estoy entusiasmada con el diseño de mesa que hizo.

—¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya no tengo espacio para más elogios.

—¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre le escribe cartas tan largas y encantadoras, señora Armstrong?

—Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo quien debe juzgarlo.

—Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas con tanta facilidad no puede escribir mal.

—Ese cumplido no vale para Armstrong, Ampere —interrumpió su hermana mayor—, porque no escribe con facilidad. Estudia demasiado las palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es así, Armstrong?

—Mi estilo es muy distinto al tuyo.

—¡Oh! —exclamó la señorita Austin—. Charlotte escribe sin ningún cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.

—Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas; de manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe.

—Su humildad, señora Austin —intervino Freen—, tiene que desarmar todos los reproches.

—Nada es más engañoso —dijo Armstrong— que la apariencia de humildad. Normalmente no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es una forma indirecta de vanagloriarse.

—¿Y cuál de esos dos calificativos aplicas a mi reciente acto de modestia?

—Una forma indirecta de vanagloriarse; porque tú, en realidad, estás orgullosa de tus defectos como escritora, puesto que los atribuyes a tu rapidez de pensamientos y a un descuido en la ejecución, cosa que consideras, si no muy estimable, al menos muy interesante. Siempre se aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace. Cuando esta mañana le dijiste a la señora Chankimha que si alguna vez te decidías a dejar Netherfield, te irías en cinco minutos, fue una especie de elogio,  de cumplido hacia ti misma; y, sin embargo, ¿qué tiene de elogiable marcharse precipitadamente dejando, sin duda, asuntos sin resolver, lo que no puede ser beneficioso para ti ni para nadie?

Orgullo y prejuicio Freenbecky + EnglotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora