Cuando se levantaron de la mesa después de cenar, Freen subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes demostraciones de contento. Freen nunca las había visto tan amables como en la hora que transcurrió. Hablaron de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor. Pero en cuanto entraron las damas, Engfa dejó de ser el primer objeto de atención. Los ojos de la señorita Austin se volvieron instantáneamente hacia Armstrong y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle. Ella se dirigió directamente a la señorita Chankimha y la felicitó cortésmente. También el señor Nuttapong le hizo una ligera inclinación de cabeza, diciéndole que se alegraba mucho; pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Austin, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con ella. La primera media hora se la pasó avivando el fuego para que Engfa no notase el cambio de una habitación a la otra, y le rogó que se pusiera al lado de la chimenea, lo más lejos posible de la puerta. Luego se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más. Freen, enfrente, con su labor, contemplaba la escena con satisfacción.
Cuando terminaron de tomar el té, el señor Nuttapong recordó a su cuñada la mesa de juego, pero fue en vano; ella intuía que a Armstrong no le apetecía jugar, y el señor Nuttapong vio su petición rechazada inmediatamente. Le aseguró que nadie tenía ganas de jugar; el silencio que siguió a su afirmación pareció corroborarla. Por lo tanto, al señor Nuttapong no le quedaba otra cosa que hacer que tumbarse en un sofá y dormir. Armstrong cogió un libro, la señorita Austin cogió otro, y la señora Nuttapong, ocupada principalmente en jugar con sus pulseras y sortijas, se unía, de vez en cuando, a la conversación de su hermano con la señorita Chankimha.
La señorita Austin prestaba más atención a la lectura de Armstrong que a la suya propia. No paraba de hacerle preguntas o mirar la página que ella tenía delante. Sin embargo, no consiguió sacarle ninguna conversación; se limitaba a contestar y seguía leyendo. Finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con su libro que había elegido solamente porque era el segundo tomo del que leía Armstrong, bostezó largamente y exclamó:
—¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa en seguida te cansa, pero un libro, nunca. Cuando tenga —una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca.
Nadie dijo nada. Entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo; cuando al oír a su hermana mayor mencionarle un baile a la señorita Chankimha, se volvió de repente hacia ella y dijo:
—¿Piensas seriamente en dar un baile en Netherfield, Charlotte? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues o mucho me engaño o hay entre nosotros alguien a quien un baile le parecería, más que una diversión, un castigo.
—Si te refieres a Armstrong —le contestó Charlotte—, puede irse a la cama antes de que empiece, si lo prefiere; pero en cuanto al baile, es cosa hecha.
—Los bailes me gustarían mucho más —repuso su hermana— si fuesen de otro modo, pero esa clase de reuniones suelen ser tan pesadas que se hacen insufribles. Sería más racional que lo principal en ellas fuese la conversación y no un baile.
—Mucho más racional sí, Ampere; pero entonces ya no se parecería en nada a un baile.
La señorita Austin no contestó; se levantó poco después y se puso a pasear por el salón. Su figura era elegante y sus andares airosos; pero Armstrong, a quien iba dirigido todo, siguió enfrascada en la lectura. Ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Freen, dijo:
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.