Freen estaba ahora convencida de que la antipatía que por ella sentía la señorita Austin provenía de los celos. Comprendía, pues, lo desagradable que había de ser para aquella el verla aparecer en Pemberley y pensaba con curiosidad en cuánta cortesía pondría por su parte para reanudar sus relaciones.
Al llegar a la casa atravesaron el vestíbulo y entraron en el salón cuya orientación al norte lo hacía delicioso en verano. Las ventanas abiertas de par en par brindaban una vista refrigerante de las altas colinas pobladas de bosque que estaban detrás del edificio, y de los hermosos robles y castaños de España dispersados por la pradera que se extendía delante de la casa.
En aquella pieza fueron recibidas por la señorita Armstrong que las esperaba junto con la señora Nuttapong, la señorita Austin y su dama de compañía. La acogida de Emily fue muy cortés, pero dominada por aquella cortedad debida a su timidez y al temor de hacer las cosas mal, que le había dado fama de orgullosa y reservada entre sus inferiores. Pero la señora Sawaros y su sobrina la comprendían y compadecían.
La señora Nuttapong y la señorita Austin les hicieron una simple reverencia y se sentaron. Se estableció un silencio molestísimo que duró unos instantes. Fue interrumpido por la señora Annesley, persona gentil y agradable que, al intentar romper el hielo, mostró mejor educación que ninguna de las otras señoras. La charla continuó entre ella y la señora Sawaros, con algunas intervenciones de Freen. La señorita Armstrong parecía desear tener la decisión suficiente para tomar parte en la conversación, y de vez en cuando aventuraba alguna corta frase, cuando menos peligro había que la oyesen. Freen se dio cuenta en seguida de que la señorita Austin la vigilaba estrechamente y que no podía decir una palabra, especialmente a la señorita Armstrong, sin que la otra agudizase el oído. No obstante, su tenaz observación no le habría impedido hablar con Emily si no hubiesen estado tan distantes la una de la otra; pero no le afligió el no poder hablar mucho, así podía pensar más libremente. Deseaba y temía a la vez que la dueña de la casa llegase, y apenas podía aclarar si lo temía más que lo deseaba. Después de estar así un cuarto de hora sin oír la voz de la señorita Austin, Freen se sonrojó al preguntarle aquélla qué tal estaba su familia. Contestó con la misma indiferencia y brevedad y la otra no dijo más.
La primera variedad de la visita consistió en la aparición de unos criados que traían fiambres, pasteles y algunas de las mejores frutas de la estación, pero esto aconteció después de muchas miradas significativas de la señora Annesley a Emily con el fin de recordarle sus deberes. Esto distrajo a la reunión, pues, aunque no todas las señoras pudiesen hablar, por lo menos todas podrían comer. Las hermosas pirámides de uvas, albérchigos y melocotones las congregaron en seguida alrededor de la mesa.
Mientras estaban en esto, Freen se dedicó a pensar si temía o si deseaba que llegase Armstrong por el efecto que había de causarle su presencia; y aunque un momento antes creyó que más bien lo deseaba, ahora empezaba a pensar lo contrario.
Armstrong había estado con el señor Sawaros, que pescaba en el río con más personas, pero al saber que las señoras de su familia pensaban visitar a Emily aquella misma mañana, se fue a casa. Al verla entrar, Freen resolvió aparentar la mayor naturalidad, cosa necesaria pero difícil de lograr, pues le constaba que toda la reunión estaba pendiente de ellos, y en cuanto Armstrong llegó todos los ojos se pusieron a examinarle. Pero en ningún rostro asomaba la curiosidad con tanta fuerza como en el de la señorita Austin, a pesar de las sonrisas que prodigaba al hablar con cualquiera; sin embargo, sus celos no habían llegado hasta hacerla desistir de sus atenciones a Armstrong—. Emily, en cuanto entró su hermana, se esforzó más en hablar, y Freen comprendió que Armstrong quería que las dos intimasen, para lo cual favorecía todas las tentativas de conversación por ambas partes. La señorita Austin también lo veía y con la imprudencia propia de su ira, aprovechó la primera oportunidad para decir con burlona finura:
—Dígame, señorita Freen, ¿es cierto que la guarnición de Meryton ha sido trasladada? Ha debido de ser una gran pérdida para su familia.
En presencia de Armstrong no se atrevió a pronunciar el nombre de Asavarid, pero Freen adivinó que tenía aquel nombre en su pensamiento; los diversos recuerdos que le despertó la afligieron durante un momento, pero se sobrepuso con entereza para repeler aquel descarado ataque y respondió a la pregunta en tono despreocupado. Al hacerlo, una mirada involuntaria le hizo ver a Armstrong con el color encendido, que la observaba atentamente, y a su hermana completamente confusa e incapaz de levantar los ojos. Si la señorita Austin hubiese podido sospechar cuánto apenaba a su amada, se habría refrenado, indudablemente; pero sólo había intentado descomponer a Freen sacando a relucir algo relacionado con un hombre por el que ella había sido parcial y para provocar en ella algún movimiento en falso que la perjudicase a los ojos de Armstrong y que, de paso, recordase a ésta los absurdos y las locuras de la familia Chankimha. No sabía una palabra de la fuga de la señorita Armstrong, pues se había mantenido estrictamente en secreto, y Freen era la única persona a quien había sido revelada. Armstrong quería ocultarla a todos los parientes de Austin por aquel mismo deseo, que Freen le atribuyó tanto tiempo, de llegar a formar parte de su familia. Armstrong, en efecto, tenía este propósito, y aunque no fue por esto por lo que pretendió separar a su amiga de Engfa, es probable que se sumara a su vivo interés por la felicidad de Austin. Pero la actitud de Freen la tranquilizó. La señorita Austin, humillada y decepcionada, no volvió a atreverse a aludir a nada relativo a Asavarid.
Emily se fue recobrando, pero ya se quedó definitivamente callada, sin osar afrontar las miradas de su hermana. Armstrong no se ocupó más de lo sucedido, pero en vez de apartar su pensamiento de Freen, la insinuación de la señorita Austin pareció excitar más aún su pasión.
Después de la pregunta y contestación referidas, la visita no se prolongó mucho más y mientras Armstorng acompañaba a las señoras al coche, la señorita Austin se desahogó criticando la conducta y la indumentaria de Freen. Pero Emily no le hizo ningún caso. El interés de su hermana por la señorita Chankimha era más que suficiente para asegurar su beneplácito; su juicio era infalible, y le había hablado de Freen en tales términos que Emily tenía que encontrarla por fuerza amable y atrayente. Cuando Armstrong volvió al salón, la señorita Austin no pudo contenerse y tuvo que repetir algo de lo que ya le había dicho a su hermana:
—¡Qué mal estaba Freen Chankimha, señora Armstrong! —exclamó—. ¡Qué cambiada la he encontrado desde el invierno! ¡Qué morena y qué poco fina se ha puesto! Ni Ampere ni yo la habríamos reconocido. La observación le hizo a Armstrong muy poca gracia, pero se contuvo y contestó fríamente que no le había notado más variación que la de estar tostada por el sol, cosa muy natural viajando en verano.
—Por mi parte —prosiguió la señorita Austin confieso que nunca me ha parecido guapa. Tiene la cara demasiado delgada, su color es apagado y sus facciones no son nada bonitas; su nariz no tiene ningún carácter y no hay nada notable en sus líneas; tiene unos dientes pasables, pero no son nada fuera de lo común, y en cuanto a sus ojos tan alabados, yo no veo que tengan nada extraordinario, miran de un modo penetrante y adusto muy desagradable; y en todo su aire, en fin, hay tanta pretensión y una falta de buen tono que resulta intolerable.
Sabiendo como sabía la señorita Austin que Armstrong admiraba a Freen, ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente irritada no suele actuar con sabiduría; y al ver que la estaba provocando, ella consiguió el éxito que esperaba. Sin embargo, Armstrong se quedó callada, pero la señorita Austin tomó la determinación de hacerle hablar y prosiguió:
—Recuerdo que la primera vez que la vimos en Hertfordshire nos extrañó que tuviese fama de guapa; y recuerdo especialmente que una noche en que habían cenado en Netherfield, usted dijo: « ¡Si ella es una belleza, su madre es un genio!» Pero después pareció que le iba gustando y creo que la llegó a considerar bonita en algún tiempo.
—Sí —replicó Armstrong, sin poder contenerse por más tiempo—, pero eso fue cuando empecé a conocerla, porque hace ya muchos meses que la considero como una de las mujeres más bellas que he visto.
Dicho esto, se fue y la señorita Austin se quedó muy satisfecha de haberle obligado a decir lo que sólo a ella le dolía.
Camino de Lambton, la señora Sawaros y Freen comentaron todo lo ocurrido en la visita, menos lo que más les interesaba a las dos.
Discutieron el aspecto y la conducta de todos, sin referirse a la persona a la que más atención habían dedicado. Hablaron de su hermana, de sus amigos, de su casa, de sus frutas, de todo menos de Armstrong, a pesar del deseo de Freen de saber lo que la señora Sawaros pensaba de ella, y de lo mucho que ésta se habría alegrado de que su sobrina entrase en materia.
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Orgullo y prejuicio Freenbecky + Englot
RomanceEsta historia es de la autora Jane Austin adaptada a FreenBecky y Englot.