Capitulo 23

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Llevaban corriendo varios días sin descanso. Habían dejado atrás el bosque donde Boromir había muerto en combate, persiguiendo al grupo de orcos que habían capturado a Merry y Pippin. Aragorn era un buen rastreador, por lo que era quien los guiaba en la búsqueda.

El lugar por el que corrían carecía de árboles. Solo tierra, pasto y rocas aparecían en su visual. El montaraz se detuvo, recostando su cuerpo en una roca, llevando su oído hacia esta. Calmando su respiración, cerró sus ojos, dejando que la tierra le susurrara.

–Han acelerado el paso. –se puso de pie, observando hacia el horizonte.

–Deben de habernos olido. Si no nos apuramos no los alcanzaremos. –Narwen tomo un odre y bebió un poco de agua, la cual había recogido de uno de los botes antes de marchar.

–Los alcanzaremos. ¡Vamos! –grito Aragorn para volver a correr.

Gimli era el último en la carrera. El enano se sentía cansado.

–Apúrate, Gimli. –animo Legolas.

–Una persecución de tres días y tres noches. Sin comida. Sin descanso. Sin señales de la presa, más que aquellas visibles en la roca desnuda. –con el cansancio y el entumecimiento en sus piernas, subió una pequeña colina, usando solo como ayuda su hacha.

–Vamos Gimli. Cuando los encontremos prometo que podrás descansar toda una noche. –alentó Narwen. El enano gruño, solo esperando que ese descanso llegara pronto.

Unas dos horas después, Aragorn se detuvo en un camino, rodeado por grandes rocas. Todos se acercaron al ver que el montaraz se había arrodillado y tomaba algo del lodo.

–Las hojas de Lorien no caen sin razón. –en su mano, cubierto de pasto seco y barro, se encontraba el prendedor, aquel que fue obsequiado por la Dama Galadriel a cada uno de ellos.

–Quizás todavía estén vivos. –Legolas sentía una luz de esperanza al ver aquello. Sabían que sin dudas alguno de los hobbits había dejado caer aquel prendedor, con la esperanza de que alguno lo encontrara.

–Nos llevan menos de un dia de ventaja. –las huellas no eran frescas, pero notaba que no eran rastros de hacía días.

El grupo comenzó a correr de nuevo, pues las esperanzas les habían dado nuevas energías.

Gimli se retrasó en algunos trayectos, donde el terreno era elevado. Obtuvo varias caídas y tropiezos, pero como todo enano, se levantaba y seguía corriendo. Narwen lo vio caer colina abajo, por lo que decidió retrasarse y quedarse cerca del enano.

– ¡Vamos hijo de Gloin! Tu padre logro llegar a Erebor, ¡tú puedes alcanzar a un grupo de orcos! –alentó la elfa.

–Princesa, mi padre tuvo ayuda de águilas gigantes y barcazas. ¡Aquí no hay ni un mísero jabalí! Los enanos no servimos para las carreras largas. Los enanos somos buenos para las cortas. Somos muy peligrosos en distancias cortas. –rio ante las palabras de Gimli. A pesar de lo cansado que se encontraba, seguía corriendo, y eso le parecía increíble.

Aragorn se detuvo en una colina. Delante de ellos se extendían grandes praderas, con zonas rocosas en algunos sectores. Narwen desconocía aquellas tierras.

–Rohan. Tierra de los Señores de los Caballos. –Aragorn sabía lo mucho que Narwen había querido conocer aquel lugar. Las historias de los caballos de Rohan eran conocidas en toda la Tierra Media, y siempre había deseado montar uno de aquellos corceles en esas tierras. La elfa sonrió, pero su sonrisa desapareció cuando volvió a la realidad. Desde aquella altura, no veían rastro alguno de los orcos.

–No pueden ser tan rápidos. –sabía que a ese paso ya debían estar pisándoles los talones.

–Aquí está pasando algo raro. Un ser maligno les da velocidad a estas criaturas. –dijo Aragorn.

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