Capitulo 33

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Las puertas de Minas Tirith se abrieron, dejando salir al gran ejército, el cual estaba conformado no solo por hombres de Gondor, sino también por cientos de rohirrim, dos elfos, un mago blanco, dos pequeños hobbits y un valiente enano.

Narwen montaba sobre Hasufel. Volteo una última vez, observando la inmensidad de la ciudad blanca. Suspiro, esperando poder volver a ver aquel lugar. Noto en uno de los grandes arcos de la cima, a Eowyn observándolos marchar, y a su lado al hermano del difunto Boromir, Faramir. Había oído sobre aquel hombre, el que también había sido envenenado con la maldición de los nazguls. Sonrió.

Aragorn cabalgo hasta situarse delante del bloque de guardias, donde lo aguardaban Narwen, Legolas, Gimli, Eomer y Gandalf.

Sin decir palabras, comenzaron a marchar, rumbo a la puerta negra.

Para cuando el sol estaba brillando sobre sus cabezas, llegaron a las enormes puertas de Mordor. El lugar desprendía el hedor de la muerte y la oscuridad podía sentirse en el aire. Podían sentir como un frio fantasmal soplaba, llevando con ella la agonía de miles de pueblos, aquellos que serían masacrados si fallaban en su misión.

En filas, cabalgaron hasta posicionarse a algunos metros. Permanecieron en silencio por unos minutos, esperando que algún orco o lacayo de Sauron, saliera para enfrentarlos, pero aquello no paso. Decidieron que debían ir directamente y provocarlos, pues necesitaban que los ejércitos salieran.

Gandalf, Merry, Pippin, Aragorn, Legolas, Gimli, Eomer, Narwen y dos guardias, los cuales portaban los estandartes de Gondor y Rohan, cabalgaron hacia las grandes puertas negras.

– ¡Que salga el señor de la tierra tenebrosa! ¡Que se someta a la justicia! –grito Aragorn. Sus palabras fueron oídas con claridad. Ambas puertas se abrieron, dándole el paso a una criatura montada a caballo.

Habían visto cientos de orcos, wuargos y criaturas extrañas, pero jamás se habían enfrentado a uno como aquel.

Un manto negro cubría por completo al jinete, y negro era también el yelmo de cimera alta. No se trataba, sin embargo, de uno de los Espectros del Anillo, era un hombre y estaba vivo. Era el Lugarteniente de la Torre de Barad-dûr, y ninguna historia recuerda su nombre, porque hasta él lo había olvidado. Pero se murmuraba que era un renegado, descendiente de los Númenóreanos Negros, que se habían establecido en la Tierra Media durante la supremacía de Sauron. Veneraban a Sauron, pues estaban enamorados de las ciencias del mal. Habían entrado al servicio de la Torre Oscura en tiempos de la primera reconstrucción, y con astucia se había elevado en los favores del Señor, y aprendió los secretos de la hechicería, y conocía muchos de los pensamientos de Sauron, y sin dudas, era más cruel que el más cruel de los orcos.

–Mi amo, Sauron el Grande, les da la bienvenida. –la Boca de Sauron sonrió de manera burlesca hacia Aragorn. – ¿Hay alguien en esta chusma con la autoridad para tratar conmigo? –siguió burlándose.

–No venimos a tratar con Sauron el desleal y maldito. –Gandalf fue quien tomó la palabra. –Dile esto a tu maestro. Debe desbandar los ejércitos de Mordor. Debe abandonar estas tierras para no regresar nunca. –

–Viejo barbagris. Tengo una prenda que me han ordenado mostrarte. –la criatura tomo de su desgastada alforja un pequeño bulto de plata. Todos sabían de qué se trataba. La chaqueta de Mithril de Frodo. Merry quien estaba detrás de Gandalf no pudo evitar gritar de dolor. El corazón de todos se detuvo. –Veo que querían al mediano. Sepan que sufrió mucho a manos de su anfitrión. No hubiera creído que alguien tan pequeño pudiera soportar tanto dolor. –la criatura le arrojo la chaqueta al mago, quien la tomo en sus manos y la presiono entre sus dedos. Estaba destruido y furioso. Había enviado a Frodo a su muerte, y con él el destino de toda la Tierra Media.

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