Capitulo 24

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La noche había cubierto el cielo varias horas después que partieron del bosque de Fangorn. Gandalf había decidido cabalgar algunas horas más bajo la noche, solo parando a descansar antes del amanecer. Sabía que los caballos necesitaban descanso, pero más lo necesitaban sus jinetes.

Gimli se tumbó sobre el seco pasto, y el sueño lo venció apenas su cabeza toco el suelo. Los ronquidos intensos del enano resonaban por todo el lugar, por lo que Aragorn le coloco uno de los costales sobre el rostro. A pesar que creía que el enano despertaría, aquello no ocurrió. El cansancio había desmayado al ruidoso enano.

Legolas se había sentado contra una roca, mientras revisaba las puntas de sus flechas. No sabía con que podían encontrarse en Rohan, por lo que quería estar preparado para cualquier eventualidad. Oyó unos pasos, y no necesito levantar el rostro para saber de quien se trataba. Sus pisadas eran tan sutiles que solo él lograba oírlas. Narwen camino hacia él y se sentó a su lado, solo observando sus movimientos.

–Deberías dormir, descansar unas horas. –dijo Legolas dejando a un lado su carcaj.

–Tu también deberías, y estas aquí comprobando el filo de tus flechas. –el elfo rio.

–Descansa tú, yo hare guardia. –

–Que terco eres. –el elfo rio ante las palabras de Narwen. La elfa llevo su cabeza hacia atrás, notando la dureza de la roca. Había dormido en lugares incomodos, pero las rocas nunca habían sido sus preferidas. Poco a poco, su respiración fue bajando, y el sueño la inundo por completo.

Legolas había decidido quedarse a su lado. Era un momento perfecto, pues podía admirarla sin miedo a que lo descubrieran. Con sus ojos recorrió cada centímetro del rostro de la Princesa, grabando en su mente cada detalle. Sus ojos se detuvieron en sus labios, aquellos que tantas veces había imaginado besar. Su corazón se aceleró, y su cuerpo tembló. Moría por poder besarla, por abrazarla y amarla de mil maneras, pero sabía que Narwen aún no sentía lo mismo que él. Suspiro y quito sus ojos de ella. Decidió tomar un trozo de lembas, aquel que le habían entregado en Lothlorien. Llevo el alimento a su boca, sintiendo como las energías volvían a su cuerpo.

Unos minutos pasaron, cuando sintió el cuerpo de Narwen alejándose lentamente. La elfa estaba tan entregada a sus sueños, que su cuerpo había comenzado a relajarse, cayendo hacia uno de sus lados. Legolas sabía que si no la atrapaba, se golpearía en la caída. Llevo su brazo alrededor de su espalda y la acerco a su cuerpo. No pudo evitar sonreír al ver como la elfa se acurrucaba a su costado. Acerco su rostro e inhalo profundo, rememorando el agradable aroma de su cabello. Rosas y pino.

Narwen sentía una suave brisa rosar sus mejillas, pero había algo que cosquilleaba su nariz. Con los ojos cerrados recordó que se había recostado al lado de Legolas, quien revisaba sus flechas. Pero no entendía por qué el lugar en el que estaba se sentía tan cómodo, cuando las rocas no lo eran. Abrió poco a poco sus ojos, notando una tela verde pegada a su mejilla, y unos largos cabellos platinados. Su corazón se detuvo. Había dormido durante horas en el pecho de Legolas sin enterarse. ¿Es que acaso estaba tan cansada que su mente se había desconectado por completo?

Intento moverse muy despacio, pues sabía que el elfo aun dormía. Su respiración lenta se lo confirmaba. Levanto apenas su rostro, observándolo en silencio. El aroma a bosque volvía a inundarle la nariz. Observo su perfil, notando algunos rasgos de su padre, el rey del Bosque Negro, Thranduil. Narwen no podía negar que Legolas era de los elfos más hermosos que había visto.

Inhalo profundo, dejando luego que el aire escapara de sus pulmones. No podía pensar en temas del corazón, pues sabía que la guerra estaba pronta a llegar. No podía permitirse enamorarse, cuando sabía que las vidas de todos estaban en peligro. Pero no podía negar que su corazón se aceleraba cuando Legolas estaba cerca, o que su piel ardía cuando él la tocaba.

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