EPILOGO

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La primavera había llegado a la Comarca. Las flores inundaban todo con su agradable aroma, y esa mañana la pequeña casa del hobbit Sam, estaba colmada de gente.

Frodo anudaba un pequeño moño en el cuello de Sam, un regalo del viejo Bilbo.

–Sam tranquilo, deja de sudar. –notaba como los rizos de su amigo se humedecían en su cuello.

–Lo siento señor Frodo, no puedo evitarlo. –Sam tomo un trozo de tela y limpio su frente perlada de sudor.

–Ni en Mordor sudaste tanto Sam. –bromea. –Todo saldrá bien, tranquilo. –se colocó delante y ajusto la solapa de su desgastado chaleco.

–Ojala hubiera conseguido algo más decente. Rosita merece la boda de sus sueños. –Sam toco un viejo agujero de su bolsillo. Frodo suspiro, habría deseado tener algún traje en buenas condiciones para prestarle, pero nada de lo que tenía serviría para ese dia tan especial para Sam.

La calma que ambos tenían en aquella pequeña habitación, fue interrumpida por Merry y Pippin. Entre saltos y corridas llegaron a ambos hobbits.

–Ha llegado un paquete para ti Sam. –dijo Meriadoc extendiéndole una caja mediana. Sam la tomo entre sus manos, apoyándola sobre su regazo.

– ¿Quién lo habrá enviado? –acaricio la tapa de la caja, notando pequeñas hojas talladas en ella.

–Pues ábrelo y sácanos de la duda. –Pippin era el más curioso de los cuatro.

Sam respiro hondo y deshizo el elegante lazo azul que envolvía la caja. Al abrirlo lo primero que vio fue un trozo de papel, con solo una inicial.

– ¿"N"? ¿Quién es N? –pregunto Merry arrebatándole el papel a Sam, girándolo, intentando descifrar a quien pertenecía aquel regalo. Pero Frodo conocía aquella letra, pues había visto esa inicial en cada cumpleaños del viejo Bilbo.

–Es de Narwen. –observo a Sam que lo miraba sorprendido. –Narwen te envió esto. –Sam sonrió y desdoblo el trozo de tela que cubría el contenido de la caja. Allí vio un hermoso chaleco blanco y unos pantalones, perfectos para aquel dia tan especial.

– ¿Cómo lo supo? ¿Cómo sabía que necesitaría esto? –pregunto asombrado, mientras acariciaba la solapa del chaleco.

–No sé cómo lo hace, pero con Bilbo ocurría lo mismo. El dia que su pipa favorita se rompió, Narwen envió una con el mejor tabaco de la Comarca. No sé cómo lo hace Sam, lo que importa que tienes un bello traje para tu boda. –Sam sonrió y corrió a vestirse.

Los tres hobbits rieron.

Thranduil descansaba en sus aposentos. Desde que el mal había sido erradicado, su tierra ha estado en paz. Pocos fueron los orcos que se aventuraron a su bosque, y fueron aprisionados y encerrados por sus guardias. Había notado como poco a poco el bosque negro revivía. Aun había muerte en sus árboles, pero las semillas de la vida lo comenzaban a tomar todo.

Camino hacia la gran pintura que decoraba su habitación. Con sus dedos, rozo parte de aquel lienzo, el cual era el recordatorio de su amada esposa.

–Lo que soñamos alguna vez se cumplió amor mío. Estarías muy orgullosa del hombre en el que se convirtió Legolas. Pronto él será el señor de este lugar. –suspiro, pues cada dia extrañaba más la compañía de su esposa.

La gran puerta de roble oscuro se abrió, y con enojo volteo, dispuesto a enfrentarse a aquel que había entrado a sus aposentos sin anunciarse, pero todo enojo se borró cuando noto de quien se trataba.

Unos pequeños brazos rodearon su pierna y un hermoso calor inundo su pecho.

–Dorcan no puedes entrar así a los aposentos del rey. –Narwen entro detrás, cargando un pequeño bolso en sus manos.

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