Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.
Ella soñaba con ser editora.
Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.
Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.
Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.
Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavoneaban por las avenidas en tacones y con vestidos ajustados que dejaban entrever la delgadez de la que sufrían.
Lily se miró las caderas y supo que ella jamás podría deshacerse de ese material extra con el que había sido bendecida.
Se acercó al edificio Revues con una gran sonrisa en la cara. Había soñado con ese momento toda su vida, desde que apenas era una niña y, si bien, las piernas le tiritaban por todas las emociones que estaba enfrentando, nada la detuvo en ese momento.
Caminó hacia el mostrador y pidió reunirse con la encargada de recursos humanos, con quien ya había hablado con anterioridad por teléfono y, quien, en ese momento, esperaba a por ella.
Como Revues siempre necesitaba nuevos empleados para sus diversas revistas, Lily tenía esperanzas de encontrar un puesto que se ajustara a ella y, si no, Lily se adecuaría a ese puesto.
Estaba dispuesta a todo con tal de trabajar para Revues.
Y en Revues.
—Lily López —saludó la encargada de recursos humanos y le dio una miradita de pies a cabeza—. Bienvenida a Revues.
Forzó una sonrisa para no hacerla sentir mal y la invitó a sentarse frente a ella en el amplio escritorio.
Lily se rio nerviosa y cogió su gran bolso para ponerse cómoda. Estaba tiritando y, si bien, sabía que tenía que mantener la boca cerrada para no dar una mala primera impresión, no pudo contenerse y terminó soltando todo su vómito verbal.
—Muchas gracias, en serio, muchas gracias —repitió apurada—. Usted no sabe cuántas veces soñé con este momento. De que era niña leía su revista a escondidas y ahorraba cada semana para coleccionar cada ejemplar. Coleccioné las cartas del editor por diez años.
La mujer que intentaba leer su currículo se quedó boquiabierta y solo sonrió para terminar toda esa emotiva historia que acababa de contarle. Lamentablemente, todas las postulantes contaban la misma aburrida historia.
—Bueno, Lily... —La mujer revisó los documentos a su lado—. Por ahora, solo tengo vacante un puesto de trabajo.
Las dos mujeres se miraron a los ojos con ansia. Lily quería saber cuál era ese bendito puesto, pero la encargada de recursos humanos no se dignaba a decir nada.
El suspenso iba a volverla loca.
—¿Y con mi currículo podría postular? —preguntó Lily tras razonar algunos segundos.
No quería oírse muy desesperada, pero tampoco evidenciar desinterés.
—No necesitas postular —explicó la mujer—. Ya no hay más postulantes para este puesto. —Lily apretó el ceño—. Es para asistente del redactor jefe. Y, en mi experiencia, creo que eres perfecta para el puesto.