Cruel

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Dubois tomó ropa seca de su armario personal y se aseó en el cuarto de baño para invitados, sin dejar de pensar en Romina. Estaba en su ducha, en su cuarto. Usaría sus toallas y dormiría en su cama.

Sufrió como un loco, pero no dejó que un poco de locura le ganara. No quería asustarla ni hacerla sentir incómoda en su primera noche juntos, por lo que tuvo que obligarse a actuar como un caballero decente.

Cuando terminó de prepararse, descubrió que Romina aun continuaba en la ducha y se atrevió a entrar a su cuarto, a su baño y a recolectar toda la ropa empapada de Romina, incluida sus bragas y las llevó al cuarto de lavado.

Sí, se sintió tentado a revisarlas, olerlas, colgarlas en un muro para admirarlas, pero eligió el camino de la caballerosidad y las empuñó fuerte para no sucumbir en sus más perversos deseos.

Dejó la ropa mojada por la lluvia en el cuarto de lavado y regresó a la cocina.

En el pasillo se olió la mano, para ver si la fragancia de su coño se le había quedado atrapada entre los dedos, pero se quedó idiotizado cuando vio a Romina vistiendo una de sus camisas blancas, descalza y preparando una cena para dos.

Se había recogido el cabello y delicadas ondas le caían por el cuello.

Se acercó cauteloso, terriblemente tentado.

Ella lo escuchó acercarse y por encima de su hombro lo miró.

No iba a negar que se sentía muy cómoda trasfiriendo su intimidad, conociendo otro lado de James al que jamás se imaginó llegar.

Emocionada le dijo:

—No encontré mucho en su nevera. —Volteó para mirarlo.

James tragó duro cuando la tuvo frente a él, con la camisa mal abotonada. Supo que era intencional, porque no mostraba nada, absolutamente nada, pero lo que había dejado expuesto, era jodidamente tentador.

Cada botón cerrado había sido cuidadosamente calculado.

Como él no respondió, Romina cogió los pocos ingredientes que había encontrado y se esforzó por levantarse en la punta de sus pies para alcanzar una bolsa con tostadas secas.

La camisa se le subió más de la cuenta y Dubois tuvo la dicha de deslumbrarse con su culo desnudo; le pilló de sorpresa, por supuesto y suspiró tan ruidosamente que Romina lo miró con las cejas en alto.

Fácil entendió lo que había sucedido. Fue cuestión de verle la cara. Estaba idiotizado y hasta se sintió culpable cuando lo vio sufrir.

—Lo lamento —dijo, jalándose la camisa por los muslos gruesos.

Se paralizó cuando él se acercó con paso firme y se tensó cuando lo tuvo encima de ella, con la mirada oscurecida. Alzó los hombros y puso sus manos sobre su pecho para marcar su espacio.

El mesón de la cocina tras ella fue lo único que la contuvo.

James la tomó por la barbilla y, aunque fue delicado en ese primer roce, con arrebato la cogió por la nuca y la hizo girar con habilidad, para tumbarla boca abajo encima del mesón y tenerla completa a su disposición.

Tragó duro cuando se aplastó sobre su culo. Su erección dura entre sus nalgas desnudas halló calma cuando sintió ese primer contracto real. La culpable de su sufrimiento, a su merced, desnuda y para él.

Romina abrió grandes ojos cuando imaginó su tamaño. Ese primer roce descarado le decía muchas cosas.

—Ha jugado conmigo cruelmente... —musitó James detrás de ella.

—¿Yo? —rio ella, nerviosa, sintiendo su erección en su trasero.

Le punzaba y le encantaba.

—Admítalo...

Romina se inclinó para mirarlo por encima de su hombro. Le encantó lo que vio.

A James perdido en su culo, oscurecido, deseándola con locura.

—Tal vez me he divertido un poco —murmuró ella, mirándolo a la cara.

Quería ver su reacción.

James gruñó cuando ella lo aceptó y le pellizcó la nalga tan fuerte que la hizo gemir.

Cuando la oyó expresándose así, más lujuriosa, por supuesto que le encantó, más al verle el culo desnudo.

Él mismo había llevado sus bragas al cuarto de lavado. Sabía que debajo de su camisa no había nada. Solo piel que se moría por descubrir.

—Se ha atrevido a usar mi camisa... —murmuró masajeándole el culo con las dos manos—. ¿No cree que ha llegado muy lejos? —Él se refería a su provocación.

Romina bufó divertida.

—Si tanto le molesta, me la puedo quitar —respondió ella, con el corazón latiéndole descontrolado en la garganta.

Nunca se imaginó diciendo algo así.

Atrevida se inclinó para empezar a desabotonársela.

Un botón.

Otro botón.

Si hasta sintió el coño estrujándosele por su propia provocación cuando los senos le quedaron expuestos para él. Podía sentir la humedad entre las piernas, pidiéndole más.

Nunca se imaginó haciendo algo así.

James se rio con la voz áspera y la tomó por la garganta para acercarla a su boca. Quería besarla, pero también quería seguir hundiéndose entre sus nalgas con descaro.

Romy gimió cuando sintió su agarre masculino ciñéndose en su garganta, cortándole la respiración, pero le fascinó.

Le magnetizó sentirse como la presa.

—No se la quite —susurró James en su oreja, sosteniéndola aun por la garganta y mirándola a los ojos—. La quiero vistiendo mi camisa mientras la escuchó gemir —siseó en su oreja.

Romina se rio y le preguntó:

—¿Y qué le hace creer que...? ¡Oh, Señor Dubois! —exclamó al sentir sus dedos lentamente deslizándose por todo su coño húmedo.

Romina gimió fuerte y se rindió sobre el mesón, apoyada en sus codos para resistir los primeros roces exteriores.

No pensó que la impactarían tanto. Sí, se había tocado en sus noches más solitarias y angustiantes, pero no pensó que los dedos masculinos la hicieran sentir tan bien.

James se plantó tras ella con firmeza, la cogió por la nuca para inmovilizarla y le tocó el coño pasando por entremedio de sus nalgas.

Le enloquecieron sus labios inflamados y suavizados. La humedad de sus pliegues y lo fácil que lo conducía a su clítoris.

Podía sentirla temblar con cada roce. Los gemidos femeninos no podía controlarlos, así que la tocó un poco más duro para escucharla más.

No le bastó con deslizarse entre sus labios inflamados. Quería más. Levantó su muslo sobre la encimera para tenerla más a su disposición, más expuesta.

Romina comprendió que ya no había vuelta atrás y arqueó la espalda cuando estuvo expuesta para él, en una pose en la que nunca se había visto antes y a la que nunca pensó que se atrevería.

Pero no podía decirle que no a ese hombre que había revivido todas las mariposas que creía extintas, sofocadas por un mal amor. No iba a cerrarse a nada y tampoco iba a negar que necesitaba florecer.  

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora