Lily esperó a que las puertas del elevador se cerraran para soltar todo el llanto que había retenido hasta ese momento.
Lloró con angustia y rabia. Intentó explicarse porqué su hermana no quería continuar con su vida e incluso se culpó por no haber estado con ella en ese momento.
Cogió un taxi tan rápido que, solo supo calmarse cuando se vio camino al hospital en el que su hermana se encontraba hospitalizada. Revisó su teléfono mil veces, angustiada por tener noticias, pero no recibió ni un solo mensaje que le ayudara a calmar a sus pobres nervios.
Disimulado detrás ese dolor familiar, se escondía también el dolor que Christopher acababa de causarle. Ni siquiera sabía cómo decirle al tonto de su corazón que no podía permitirse algo así.
No podía permitirse sufrir por un hombre que tenía el cártel de "peligro" adherido en la frente y con letras luminosas.
Se enojó consigo misma por haberle permitido al estúpido fotógrafo tratarla así y al estúpido de Christopher por haberla manoseado.
La peor parte era que, su gran oyente y consejera era Romy y aunque en ese momento la necesitaba más que nunca, no podía agobiarla con sus problemas románticos —o lo que fuese que le estuviese ocurriendo con su jefe— si ella acababa de atentar contra su vida.
—No seas egoístas, Lily —se reprochó a sí misma.
Atrajo la atención del conductor del taxi, quien se imaginó que estaba loca y aceleró para dejarla en su destino lo más rápido posible.
Llegó al hospital tras cuarenta minutos de atascos y con una ansiedad que le hizo masticarse todas las uñas.
Corrió por los pasillos de la sala de urgencias y llamó a su padre insistentemente para saber en qué sala estaban.
Para su infortunio, Romy aún se encontraba bajo observaciones y el psicólogo no le había permitido visitas.
—Esto es ilegal —reclamó ella, ofendida—. No pueden prohibirnos verla —peleó con la recepcionista, quien la escuchó con tedio.
—Señorita, por favor, solo díganos si ella está bien —rogó el padre de Lily, tan angustiado como su hija.
La mujer tras el mesón inhaló profundo, armándose de paciencia y les contestó:
—Como les dije antes, el doctor vendrá cuanto antes para hablar con ustedes. —Una sonrisa falsa que Lily odió—. Ahora, si me permiten, tengo pacientes que ingresar. —Con la mano les hizo un gesto para que se hicieran a un lado.
El señor López agarró del brazo a su hija y la sacó del mesón para hablar en privado. Con toda la paciencia que tenía le pidió que lo mejor era que esperaran tranquilos y que no causaran problemas. A Lily no le quedó de otra que aceptar lo que su padre decía y de mala gana se sentó en la sala de espera.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Lily cuando estuvieron más tranquilos.
Cabizbajo, su padre le recordó las fechas.
—Hoy era su cumpleaños —musitó, refiriéndose al hijo fallecido de Romina.
Lily se cubrió la cara con las dos manos y ahogó un sollozo dolorido.
—Soy una pésima hermana, tenía que estar con ella, llevarla al cementerio y...
—No es tu culpa, hija —la consoló su padre y agarró su mano—. Intenté llevarla al cementerio, pero se negó a salir de la casa y se encerró en el cuarto de baño. —El hombre se puso triste—. Pasó un largo rato, se me hizo sospechoso y cuando la llamé para saber si todo estaba bien, no me respondió... —Negó con la cabeza—. Me preocupé. La encontré sentada en la bañera.