Christopher se despertó un par de horas después.
No pasaba de la media noche. Supo que su suegro no tardaría en regresar cuando revisó su teléfono móvil y vio las compras que había realizado con su tarjeta.
Sonrió satisfecho al ver que su suegro había tenido una velada maravillosa junto a una bonita mujer rusa y adormilado por la intensa noche, se levantó para llevar a Lily a la cama.
No quería que su padre la encontrara desnuda en el sofá de la sala.
Con mucho cuidado la llevó entre sus brazos. Se preocupó de que no se despertara.
La arrulló en la cama con suavidad y se puso un batín en la espalda para organizar todo el lugar.
Buscó papel para limpiar el piso del salón. Arregló los cojines del sofá y recogió todas las prendas despedazadas de la alfombra.
Guardó la camisa de Lily para pedirle a su estilista que buscara el mismo modelo. Sabía lo mucho que le gustaba y pensaba comprarle una docena de todos los colores existentes.
Tras eso, botó la lampara despedazada a la basura y revisó la nevera por largo rato, mientras pensó para sus adentros en el desayuno.
Antes de irse a la cama, navegó en la internet y buscó una tienda que grabara placas. Escribió un correo, pidiendo una placa especial.
Después de eso, se quedó profundamente dormido junto a Lily.
Al otro día, cuando Chris se despertó, Lily estaba sentada a su lado, escribiendo en sus notas. La miró de reojo y la encontró tan concentrada, natural, desnuda y perdida en las letras que le fue inevitable no suspirar enamorado. Se veía perfecta.
Se la imaginó desnuda, natural, pero sentada en Italia, en una villa en el sur y la costa. También se la imaginó sobre su nuevo yate, al que llamaría "fiducia".
—¿Dormiste bien? —le preguntó él y volteó parar mirarla mejor.
Era perfecta.,
—Maravillosamente bien, ¿y tú? —le preguntó ella, sin dejar de escribir.
—Dormí a tu lado... —le dijo él y ella le miró divertida.
Lo encontró con los ojos azules brillantes. Iba a invitarlo a la ducha. Siempre tenían tiempo para un poco de sexo matutino, pero un chillido femenino los tensó por igual.
Rossi se levantó de la cama de un brinco y cuando las voces indistintas de Sasha y su padre se oyeron desde el salón principal, Lily se levantó también preocupada.
Él le puso un batín en los hombros y tras cubrirse bien, salieron marchando apurados.
Sasha lloraba con desconsuelo de pie frente a los amplios cristales que mostraban toda la ciudad luminosa a esa hora de la mañana.
No pasaban de las siete.
—Se murió... —hipó Sasha con desconsuelo.
El señor López estaba junto a ella, horrorizado y aun consternado.
—¡¿Quién murió?! —gritó Lily, asustada y descalza corrió a comprobar la verdad.
Tomó a Sasha por los brazos, imaginándose que su padre o algún familiar había fallecido en su país natal.
—¡Tronquitos! —gritó Sasha y todos se quedaron tiesos—. ¡Tronquitos está muerto! —lloró desgarradoramente.
El señor López puso su mano sobre el hombro de la sensible mujer y le dio cariñosas palmaditas para calmarla.