En el elevador viajaron de pie uno frente al otro, sin decir ni una sola palabra. En todo momento se miraron a las caras, mientras cada uno en sus pensamientos más profundos trató de descifrar lo que les estaba pasando.
Lily estaba perdida en su masculinidad elegante, mientras que Christopher se esforzaba por saber qué era lo que Lily quería.
La muchacha rompió el contacto visual para mirar el panel del elevador y suspiró derrotada cuando vio que solo restaban pocos pisos para llegar al suyo.
La respiración se le había tornado agitada desde el viaje en taxi, pero la había disimulado tan bien que tenía la garganta y los labios secos.
Se los lamió para recomponerse y se estiró el vestido negro que se le subía por las caderas por el grueso tamaño de su culo. Definitivamente esa no era su talla.
Christopher se volvió loco al verla así y se le abalanzó encima con un arrebato que le nació del fondo de la panza.
—Maldición, Lily —suspiró sobre su boca.
La aprisionó con su cuerpo contra los muros metalizados del elevador y con su mano libre rozó apenas su barbilla, su cuello.
Ella cerró los ojos al sentir su respiración agitada sobre la suya. Los cosquilleos que sus dedos le causaron la llevaron a agitarse completa.
—Señor Rossi... —murmuró Lily sobre su boca, deseante por un beso suyo.
No se pudo contener, no pudo luchar contra su fuerza de voluntad.
Ni siquiera sabía si poseía fuerza de voluntad.
Lo agarró por las solapas de la chaqueta y le plantó un vehemente beso en los labios. Tosco, porque estaba hecha un torbellino de emociones que la revolvían completa, pero que él supo suavizar de manera perfecta, deliciosa.
Cuando la humedad de sus bocas por fin pudo encontrarse, Lily gimió descarada y lo reclamó como suyo, deslizando sus manos tiritonas por su pecho.
Él se olvidó de que estaban encerrados en ese elevador y sus manos dejaron su barbilla para deslizarse por sus caderas. Bajó por su culo y lo amasó entre sus manos con gusto.
La agarró por un muslo para empotrarla y se metió entre sus piernas para llegar hasta su centro. Rugió impetuoso sobre su boca, perdiendo la razón mientras sus besos suaves, con esos labios carnosos que tanto mal le provocaban, disfrutaban de su boca a un ritmo delirante.
Se metió entre sus piernas con más insistencia. El vestido se le subió por las caderas, pero a ninguno le importó. Eso era lo que deseaban. Más piel, más contacto.
La levantó sobre su pelvis con facilidad y la agarró por la cintura con firmeza cuando la tuvo sentada sobre su polla, justo como quería.
Lily se separó de su boca adictiva y lo miró a los ojos. Estaba tan agitada que, toda ella palpitaba. Sus pestañas se batían al mismo ritmo de los latidos de su corazón y, aunque podrían haber recapacitado sobre lo que estaban haciendo, se entregaron a la locura que sentían cuando se tocaban.
Ella lo agarró por la nuca y volvió a atraerlo a su boca. A diferencia de la locura que había desatado en su boca en el primer beso, lo besó lenta y profundamente. Dejó que su lengua la invadiera completa y se agarró fuerte de sus hombros, conforme tuvieron sexo con ropa.
Se frotaron como dos adolescentes afligidos y, si bien, no sintieron mucho por las ropas que los separaban, para ellos fue suficiente y necesario.
Los dos lo necesitaban. Habían acumulado tanta tensión que, si no probaban un poco de lo que eran capaces de crear cuando estaban juntos, se iban a derretir.