Celos

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De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.

El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.

La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.

A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.

Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.

—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda... —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.

Lily le miró con impaciencia.

—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.

Rossi levantó los hombros y se puso tan incómodo como ella.

—Sí, solo pensé que... —Quiso decirle lo que pensaba, pero se retractó totalmente—. El viaje hasta tu casa es largo. Creí que esto te resultaría más cómodo.

Fue lo único que pudo decir y se alejó pisando firme, evadiendo también lo que empezaba a sentir por Lily, por la forma en que se sentía cuando estaba con ella.

Se sentía inexplicablemente seguro.

Claro, era un descubrimiento reciente. Apenas lo había percibido la noche de su borrachera.

No había ido a su casa para matarla por la humillación que lo había hecho atravesar, puesto que en el fondo sabía que se merecía lo peor del mundo, sino que había ido hasta ella para hallar seguridad.

Y la había encontrado, hasta que su lado cruel había actuado por él.

Lily lo vio partir y nada dijo. Solo buscó un lugar en el que acomodarse para empezar a trabajar.

Desde su cuarto, Christopher la escuchó hablar por teléfono y decidió que tenía que ser el jefe que ella necesitaba.

Dejó su escondite emocional y caminó decidido hacia donde Lily se encontraba.

Le gustó verla detrás de un improvisado escritorio, con su computadora a un costado y su agenda en el centro.

Era tan minuciosa que, apuntaba cada cosa, paralelamente le organizaba su agenda diaria.

Él cogió "él libro" y se sentó frente a ella.

Se miraron brevemente y se pusieron a trabajar.

Lily intentó no pensar en él. Evitó encontrarse con su mirada y se concentró totalmente en su agenda.

Por otro lado, él la miró de reojo cada vez que la escuchó reír. Empezaba a fascinarle su sonrisa con su hoyuelo único.

Ella habló por teléfono con los proveedores casi una hora, mientras que Christopher se armó de valor y se deshizo de todas las notas de Wintour, desechándolas para seguir su intuición como editor en jefe.

Cuando Lily terminó, él cerró el libro y le preguntó:

—¿Comida china o sushi?

Lily se rio. Christopher se quedó embelesado.

—Creo que alcanzamos a pasar por comida china, pero tendremos que comer en la limosina —explicó y su jefe la miró con lío—. Tenemos una cita con un proveedor en una hora.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora