Un precio

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Desde que su esposa lo había dejado por un "colágeno", el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras movía las caderas y limpiaba sus muchos retratos familiares.

A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.

—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.

Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.

Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.

—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, se dio la media vuelta, llevando un plumero de colores en la mano y empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: "Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fui"...

—Ay —suspiró Rossi al escuchar los canticos y se puso los dedos sobre sus sienes para tratar de aliviar en parte el palpitar constante que sentía.

Era un retumbar.

¡Tantarán, tantarán!

Escuchaba el golpeteo insistente en sus oídos, causándole más dolor y fastidio.

Peor se puso todo cuando Romy apareció por la puerta y Rossi la miró con grandes ojos, confundido por lo que veía.

—No, no soy ella... —Le dijo la muchacha con cierto fastidio—. Soy la mayor... y sí, todas tenemos el mismo aire sensual latino —se rio, explicándole que, el parecido entre ellas era normal.

—¿Todas? —preguntó Rossi con la garganta rasposa.

—Sí, somos tres hermanas. Romy... —Se señaló a si misma—. Lily, que ya la conoces bien. —Los dos se rieron—. Y Vicky, pero ella no vive aquí. Tiene una residencia en la universidad de Virginia.

Rossi formó una "o" con sus labios, puesto que no pudo negar que estaba sorprendido. Tras eso, dejó caer los hombros y se mostró rendido.

Romy notó que algo le afectaba y no dudó en preguntarle:

—¿Todo bien?

Christopher levantó los ojos de la mesa y unos pequeños flashes le recordaron que, había tenido una madrugada apasionada con una budinera repleta de maíz molido.

El estómago se le revolvió al sentir la pasta cremosa en el paladar y supo que iba a vomitar.

Romy también lo supo y con histerismo chilló:

—¡Arriba, el primer cuarto a la derecha!

Christopher se levantó de golpe y corrió siguiendo las indicaciones de Romy. Rápido encontró las escaleras y subió los escalones con granes zancadas.

Abrió la puerta del cuarto de baño con bruteza y, aunque esperaba encontrar un váter en el que hundir la cabeza y devolver todo lo que había comido en la madrugada, se encontró a su asistente sentada de lo más tranquila.

—¡No! —chilló Lily cuando lo vio aparecer por la puerta y pensó que eso lo espantaría, pero Christopher avanzó hacia ella y sin vacilar la levantó del váter, con las bragas abajo y vomitó todo lo que venía aguantando—. ¡No, señor Rossi! —le reclamó ella, horrorizada—. ¡Usted está loco!

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora