Regresar a la realidad y cotidianidad fue un golpe duro para todos.
A Rossi le había fascinado tener su primera navidad en familia, con comida y licor; con amigos, romance y sexo salvaje a escondidas.
Por otro lado, Dubois aun asimilaba todo. En una semana habían cambiado tantas cosas en su vida que, cuando se vio al espejo esa mañana, le tomó unos instantes reconocerse.
Sonrió cuando la vio a ella a través del reflejo del espejo. Pasó corriendo de lado a lado, reuniendo sus prendas, con el cabello negro ondulado y revuelto.
Romina se escabulló hasta el cuarto de baño. Era tarde. A las nueve debía regresar a la clínica y retomar su terapia. Se aseó apresurada y se preparó para partir. Se arregló el cabello y la ropa bajo la intensa mirada de James, quien estaba afligido por esa primera despedida.
—Puedes visitarme —musitó ella cuando por fin estuvieron listos para partir.
Se encaminaron al elevador.
Los gemelos habían partido a sus clases como cada mañana y la empleada de James limpiaba animosa el departamento, con su música latina a todo volumen.
Cuando James oyó esos ritmos pegajosos, suspiró para armarse de paciencia.
—Lo sé —susurró James y forzó una sonrisa para ella.
No podía mostrarle su desolación por esa despedida. No podía retenerla, aunque se moría de ganas de esclavizarla a su cama, porque, en el fondo sabía que Romina necesitaba sanar.
Y él también.
—Déjeme darle la bendición, mijita —dijo Casilda cuando se acercó para despedirse.
Romina sonrió con los ojos brillantes y aceptó la bendición de Casilda con una sonrisa.
James enarcó una ceja y con mueca confusa miró a la mujer.
—¿Y yo? —preguntó James. Casilda enarcó una ceja—. ¿Mi bendición? —Él también queria salir a salvo.
Casilda quiso reírse, pero empezaba a entender que James seguía siendo un niño que nunca terminó de crecer. Al menos no su espíritu. Quería amor, atención, comprensión. Quería ser parte de algo cálido.
Una familia.
—A ver, mijo —dijo, acercándose a él y tomó sus mejillas—. A quien Dios bendice, no puede maldecir el diablo. —Le sonrió tras bendecirlo y a él le encantó su frase.
Se arregló el saco con elegancia y cuando vislumbró que se había vestido como cada día hacía cuando iba a la oficina, se sintió incómodo.
Romina lo percibió y James se le adelantó:
—Voy a cambiarme.
Se tomó dos minutos exactos para cambiarse por algo más cómodo y cuando regresó por la puerta, vistiendo ropa informal, las mujeres se le quedaron mirando consternadas.
Más Casilda, quien jamás lo había visto vestir algo diferente que no fueran sus trajes negros estirados.
Se despidieron los tres y James llevó a Romina hasta la clínica. Sus familiares estaban esperándola. Su padre le había empacado ropa limpia, Lily algunas mascarillas faciales para las noches de aburrimiento, Rossi unos cuantos libros para sus tardes de lectura y Sasha sus mejores turrones caseros de pistacho.
Cuando el psicólogo de la joven salió a reunirse con ellos, James lo miró con aborrecimiento y, por supuesto que Rossi se dio cuenta de ese detalle tan picoso.
La bienvenida fue tensa, aunque James se esforzó por disimular.
}No quería que Romina supiera de sus sentimientos negativos, de protección y de posesividad, porque no quería que se sintiera incómoda en ese lugar que tanto la estaba ayudando.