Cataratas del Niágara

2.1K 204 40
                                    

Lily aseguró bien la puerta. No quería que él pudiera alcanzarla allí.

Cuando se vio a salvo y lejos de su mirada intimidante, soltó todo el aire que había aguantado mientras él la sostenía por la nunca con su mano masculina y perfecta.

El maldito hasta había hecho que se olvidara de respirar.

Se pasó la mano por el cuello y cerró los ojos para respirar profundo.

Aún podía sentir los escalofríos que sus dedos habían causado. Podía apostar que nunca la habían cogido así y, desgraciadamente, le había gustado.

Se horrorizó cuando sintió el coño empapado y ofendidísima por ser tan "básica", se bajó las bragas y se limpió con papel. No pretendía darle en el gusto a un gorila como él, aun cuando sabía que en el fondo se estaba engañando a sí misma.

—Maldito, infeliz, es peor que su padre —reclamó entre dientes y cuando se oyó hablar en voz alta, notó lo exasperada que estaba.

La voz le trepidaba y todo el cuerpo también.

Se levantó del váter, se acomodó las bragas ya secas y se miró al espejo con horror.

—No, Lily, no te atrevas —se amenazó mirándose con desespero y abrió el grifo del agua para mojarse las mejillas y la nuca.

Como no quería enfrentarse a él tan pronto, llamó a su hermana por teléfono.

La verdad era que no sabía ni cómo salir de allí sin perder la dignidad y las bragas; mucho menos sabía cómo mirarlo a la cara sin derretirse al imaginar su polla destrozando su coño.

—¿Qué hizo qué? —preguntó Romy, sorprendida, por supuesto, pero con un ataque de risa que hizo sentir a Lily peor.

—Te llamé para que me des aliento, maldición, no para que te rías de mi desgracia.

Lily reclamó dejando palpar su frustración a través de la línea.

—¿Desgracia? —preguntó Romy—. El maldito Christopher Rossi quiere romperte el coño de una follada, ¿y tu crees que eso es una desgracia? —insistió dejándole dominar la verdad.

—No me estás ayudando, Romina —peleó Lily.

—¡Claro que te estoy ayudando, malagradecida! —exclamó Romy, también ofendida—. De la universidad que no tienes sexo y el sexo que tuviste fue terrible... créeme, hermanita, lo necesitas.

Lily suspiró rendida y, por unos breves instantes, dejó de luchar.

—Sí, lo sé, ya hasta tengo telarañas y mi pobre coño llevaba meses sin empaparse así —confesó son las mejillas calientes.

—¡Oh, Dios mío! —chilló Romy al escuchar esa declaración—. ¿Hizo que te mojaras? —curioseó—. ¿Te metió mano o qué? Por favor, dame detalles —imploró.

Ella también llevaba meses sin sexo, pero lo suyo era peor. Ella estaba condenada a quedarse encerrada en esa casa para siempre.

Lily fingió un exagerado sollozo por la línea.

—¡No me hizo nada! —explicó a que se debía su frustración. Romy se carcajeó—. Esa es la peor parte... el maldito no me hizo nada y yo me convertí en las estúpidas Cataratas del Niágara...

—Yo sabía que esto terminaría así, pero no pensé que sería tan pronto... —especuló Romy a través de la línea, pensando en cómo ayudar a su hermana.

—Ni siquiera sé que dice ese estúpido contrato... —refunfuñó Lily, furiosa.

—¿Qué es lo peor que podría pasar si decides no respetar las cláusulas del contrato? —preguntó Romy. Lily le dejó en claro que no sabía nada—. Bueno, lo primero es que salgas de allí, valiente y que investigues qué dice el contrato.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora