Christopher tuvo que llevar a Lilibeth a los miradores de Revues para que cogiera un poco de aire fresco.
Y no solo eso. Quería hablar con ella en donde nadie pudiera escucharlos. Si Lily quería derrumbarse y llorar para soltar todo lo que su madre le había ocasionado, frente al cielo nublado de Manhattan podría hacerlo con total libertad.
—Se marchará —le dijo Rossi con seguridad—. Se encargará de que tu padre conozca la verdad y de que Victoria no vuelva a amenazarlas con eso...
—Dios mío —hipó Lily, compungida.
Estaba reteniendo mucho dentro de su pecho. Los recuerdos de infancia, las navidades, los cumpleaños. Todo se desmoronaba con tanta fuerza que, aunque luchara por mantener los muros de su castillo en pie, ya no le quedaban fuerzas para contenerlos.
Era ella sola contra una demolición inminente.
—No creo que se atreva a pedir indemnización, pero me preocupa la casa —le informó Christopher con la mente fría.
Y le costó hacerlo. Ver a Lily derrumbarse le caló profundo. Nunca pensó que le dolería tanto el pecho al ver sufrir a la mujer de la que se había enamorado.
—¿La casa? —preguntó ella, confundida.
—Si tu padre intenta venderla, ella querrá un porcentaje, pero...
—Por supuesto que lo querrá —se le adelantó Lily. Bien conocía a su madre—. Todos estos años... —Suspiró cogiéndose la frente con los dedos—. Siempre esperó conseguir algo a cambio —pensó en voz alta.
Era duro enfrentarse a una realidad que había disfrazado por tantos años. Jugar a la familia feliz le había hecho creer que, si tenía una.
Era duro aceptar que nunca lo habían sido.
—Puedo arreglarlo, si me permites hacerlo —susurró Chris y se atrevió a romper el espacio que los dividía.
Y es que ya no pudo soportar estar lejos. Quería contenerla y limpiarle las mejillas llenas de lágrimas.
Lily le sonrió y con seguridad se recostó sobre su pecho. Él le acarició el cabello negro con mucho cuidado y asimiló lo bien que se sentía ser el pilar de alguien tan importante en su vida.
Nunca se imaginó estar en ese lugar. Nunca se imaginó con el corazón así de arrebujado.
Lily aceptó que, últimamente, era una damisela en aprietos.
—¿No te cansas de solucionarme los problemas? —le preguntó y desde su posición le miró a la cara.
Christopher se rio y la besó en la frente con los ojos cerrados.
—Nena, soy hombre que resuelve —le respondió coqueto.
Ella se rio fuerte y lo abrazó por la cintura.
—¿Y qué tienes en mente? —preguntó.
Bien sabía que, aunque Chris había hecho sus amenazas y había jugado sus cartas, su madre querría una tajada del esfuerzo de su padre.
Siempre había sido una aprovechada.
Chris le sonrió malicioso y aunque no se sentía orgulloso de sus ideas, se sentía orgulloso de su capacidad para idear planes para proteger a Lilibeth.
Todo se trataba de ella.
Siempre.
—Haré algunos arreglos con el banco. Tu déjamelo a mi...
—¿Nada ilegal? —Lily se preocupó.
No quería que Christopher tuviera problemas por su culpa.
—Nada ilegal. —Le guiñó un ojo.