Romina fue paciente. Esperó a que todo terminara y que él estuviera bien, para irse corriendo a la cocina a por un vaso con agua.
—Le puse unas gotitas de limón —dijo ella en cuanto regresó.
James la miró con lio y no supo qué decir. Estaba avergonzado. Había dejado entrever su más grande miedo y temía que, desde ese punto, Romina se alejara para siempre de él.
¿Quién podría quedarse? No era el hombre perfecto que todos pensaban. No era el hombre perfecto que ella había visto.
No pudo mirarla a la cara y bebió el agua con limón con un nudo en la garganta.
»Mi padre siempre dice que el limón es un buen calmante. —Romina se arrodilló frente a él y se apoyó en sus muslos masculinos—. ¿Te sientes mejor? —preguntó cuando él terminó de beber.
James se limpió con elegancia la comisura de los labios y asintió.
Quiso agradecerle por el agua y el limón, pero no sabía cómo continuar. ¿Y qué iba a decirle? ¿Qué ya no sería abogado? ¿Qué sus miedos le habían quitado lo único bueno que tenía? ¿Qué ahora era un insignificante?
Romina entendió su silencio y, aunque era de madrugada y por supuesto que especuló que él la creería loca, le dijo algo que a ella siempre le funcionaba:
—Si quieres, podemos dormir en el closet. —Con mueca divertida señaló el closet al fondo del cuarto y James enarcó una ceja.
Balbuceó confundido por su propuesta, pero rápido carraspeó para recuperar la compostura.
—No entiendo —musitó tímido.
Romy sonrió y animosa se levantó del piso y cogió los almohadones para llevarlos hasta el closet.
James se vio sobrepasado por su soltura para tomarse todo.
—Cuando estoy mal me escondo en el closet.
—¿Te escondes? —James estaba atorado.
Sus sentimientos le apretaban la garganta. Poco podía hablar.
Romina parecía tan... despreocupada, que no supo cómo actuar.
—Sí, ya sabes... —dijo ella y abrió las puertas del closet con confianza. Lanzó los cojines al piso y tomó un par de colchas gruesas para abrigarse—. Me siento contenida, nadie va a encontrarme allí... es mi espacio seguro.
James asintió, aunque no muy convencido y se unió a ella.
Por suerte para ambos, el closet era amplio y entraron los dos sin mayor inconveniente.
James se estiró en el piso encima de una almohada y ella se acostó su lado como si fuera lo más normal del mundo.
Después cerró las puertas y todo el lugar se tornó oscuro y estrecho.
Estuvieron abrazados y en silencio un largo rato. James no pudo seguir tolerando el silencio, porque se estaba volviendo loco y quiso la verdad.
—¿No quieres saber qué ocurrió? —preguntó él con la voz temblorosa.
—¿Tú quieres decírmelo? —respondió Romina con otra pregunta.
James dudó.
—Yo... no lo sé —dijo inseguro.
Romina sonrió recostada sobre su pecho y con la mano lo acarició en el pecho con dulzura.
—Entonces no tienes que hacerlo —susurró ella, tan comprensiva que James supo que tenía que decírselo.