Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.
Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.
Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.
—Mi padre estará esperándonos.
Lily frunció el ceño.
—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.
Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.
Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.
Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.
Mucha lástima.
—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.
Sus ojos iban fijos en el recorrido.
A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial, sino también el de su hijo.
—Yo no creo que este sea su peor momento —lo alentó ella, siempre con ese respeto que él había apreciado en silencio.
Christopher la miró unos breves segundos y, aunque le hubiese gustado decirle algo al respecto, no tenía ni la más mínima idea de cómo darle las gracias.
La conversación terminó en ese segundo, pero los dos se quedaron con un mal sabor de boca y muchas otras cosas que decir.
El coche en el que viajaban los dejó en las afueras del edificio corporativo de Revues y, como ya era costumbre, una horda de reporteros se abalanzó encima de ellos:
—¡Christopher, ¿es cierto que estuviste toda la noche en prisión?!
—¡¿Es cierto que golpeaste a la esposa de Ramí?!
—¡Christopher, ¿podrías entregarnos tu declaración?! ¡¿Es cierto que querías realizar una orgía con todas tus amantes en el evento de Wintour?!
Christopher se detuvo en ese momento, cuando escuchó la descabellada pregunta del reportero y, aunque se detuvo para enfrentarlos y ahorcarlos hasta la muerte, fue Lily la que lo salvó de otra tragedia.
—El señor Rossi no entregará declaraciones por el momento —dijo ella con tanta seguridad y madurez que el editor en jefe quedó opacado detrás de ella—. Y la vida sexual de una persona no les incumbe, ¿o querían que los invitara a la orgía? —bromeó y manejó la situación a gusto—. No es ético hablar de la vida sexual de una persona, por favor, aprendan a hacer periodismo de verdad —los insultó con estilo y dio la media vuelta y se marchó.
Rossi, sorprendido por su valentía, se echó a correr detrás de ella, atiborrado de emoción por lo que acaba de hacer.
Podía apostar que nunca se había enfrentado a los reporteros y siempre que lo intentaba, todo le salía al revés.
Se montaron en el elevador sin decir palabra, pero Lily se vio intimidada cuando el hombre la miró descaradamente a través de los cristales relucientes.
—¿Qué? —preguntó ella y volteó parar mirarse en el reflejo del espejo.
Se imaginó que tenía algo entre los dientes.
—¿No les tienes miedo? —investigó Christopher.
—¿Miedo? —repitió Lily.
—Sí, ya sabes... —susurró el editor en jefe—. Que usen lo que dijiste en tu contra, que creen una noticia falsa y arruinen tu reputación.