James estaba esperándola, por supuesto, más impaciente que nunca.
Sonriente la recibió y, tras despedirse de Rossi y Lily, se marcharon usando el elevador.
Al principio fueron en silencio y, aunque quisieron decirse muchas cosas, no encontraron la confianza ni el momento para hacerlo.
Él fue cortés desde el primer segundo y le sostuvo la puerta del elevador al subir. El encierro en el elevador fue una tortura, pero los dos trataron de manejar sus emociones de la mejor forma.
Por un lado, él no quería verse como un maldito obsesivo y, por otro, ella no quería parecer tan desesperada.
Romy le echó miradas poco discretas a través del cristal que recubría el elevador, y él pudo sentir sus ojos oscurecidos sobre él en todo momento; y no pudo negar que le encantó.
Ninguno tuvo valor para romper la tensión que sentían. Tampoco pudieron negar que les gustaba sentirla. Los mantenía temblorosos y con el corazón latiéndoles fuerte dentro del pecho.
Era la adrenalina que los tenía a mil por hora y empezaban a convertirse en adictos a esa reacción química que aceleraba sus cuerpos.
Cuando estuvieron en el primer piso, James la guio por la amplia recepción y quiso hablarle de sus planes para esa tarde fría, pero Romina se detuvo y sus muecas cambiaron a preocupación.
—¿Todo está bien? —preguntó él y se acercó cauteloso.
Tuvo miedo de que la joven se retractara en ese último segundo, aun así, estaba dispuesto a esperarla el tiempo que fuese necesario. Sabía que valían la pena completamente.
—Olvidé despedirme de mi papá...
James alzó las cejas. Supo que padre e hija estaban muy conectados.
—Podemos regresar o...
—No. —Ella fue determinante y con una sonrisa le dijo—: le enviaré un mensaje y él entenderá.
—¿Segura? —James insistió.
No quería ser causante de conflictos familiares.
Romy le sonrió dulce y asintió. Fue la primera sonrisa dulce y real que él recibió por parte de ella y se quedó perdido mirándola.
Si iba a sonreírle así siempre, no quería despertar de ese sueño tan maravilloso en el que ella lo atrapaba.
A Dubois se le daba bien recorrer las calles de Nueva York y fácil detuvo un taxi. Por supuesto que se portó como un caballero otra vez, le abrió la puerta y espero a que ella subiera para acompañarla.
Romy escuchó las indicaciones que James le dio al taxista con atención y mantuvo su vista fija en la ventana a su lado. El cielo gris siempre la hacía sentir melancólica y se quedó inmersa en esa emoción unos segundos.
Hasta que oyó su voz...
—¿Alguna vez ha visitado el jardín botánico?
Romy dejó el gran vacío para mirarlo.
Se sorprendió de verlo tan cerca y rápido regresó la mirada al frente, apabullada por su cercanía hombruna y sus ojos verdes.
Fue apenas un momento en el que le sostuvo la mirada, pero solo eso le bastó para saber que le fascinaba la forma en que la miraba.
Nadie la había mirado así, como si fuera el centro de un maldito universo.
—No.
No quiso ser cortante ni mucho menos parecer una resentida, pero no tenía más para decir. Toda ella estaba en blanco, paralizada por un par de ojos verdes que le dificultaban la respiración.