Amenazas

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Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.

Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.

Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.

—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.

—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.

Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.

—¿Lista para entrar en el templo? —preguntó él.

Ella abrió más grandes los ojos. Aunque no estaba segura si podía seguir impresionándose más.

—¿El templo? —Pensó en voz alta.

—Lo llamamos así porque, es un lugar sagrado para la moda. La tratamos como si fuese una divinidad —explicó Rossi.

Lily se contuvo una carcajada. Sin dudas, eso era lo más ridículo que había escuchado nunca, pero ¿quién era ella para criticar a los fieles seguidores de la moda? Pues, nadie.

Para ella, el negro simplemente combinaba con negro, así que, mejor, no se atrevía a opinar.

El señor Rossi la invitó a caminar por el enorme edificio de Revues, dejando atrás la oficina de recursos humanos donde todo había comenzado.

En sus andanzas silenciosas, notó como las personas la observaban. Parecía que susurraban entre ellos, pero como Lily no sabía leer labios, jamás supo qué era lo que decían de ella, o del Señor Rossi.

Aunque era muy probable que estuvieran hablando de ella.

Era la nueva, el sacrificio humano que había vendido su alma al diablo por un puesto dentro de ese gran conglomerado y, no obstante, era algo que no debía enorgullecerla, pues ella provenía de una familia con valores, Lily estaba muy orgullosa e impaciente porque el tiempo avanzara rápido y esos seis meses llegaran a su fin.

—Llegamos —dijo el señor Rossi a su lado y con sus manos le mostró el templo de la moda.

Lily apretó los ojos por todo el blanco brillante que los rodeaba.

Era demasiado. Era escandaloso.

—Es... muy blanco —musitó ella con muecas de incomodidad.

Rossi se rio y, con su seguridad masculina, se plantó ante ella.

—Antes de presentarla con mi hijo y el resto de los empleados, quisiera pedirle un favor —explicó el hombre.

Lily frunció los labios y, si bien, su estómago se sentía revuelto y buscaba una forma de decirle que todo eso estaba muy mal, ya estaba allí y podía apostar que ya era demasiado tarde como para arrepentirse.

—Claro... un favor más, no le hace mal a nadie —se rio nerviosa y desde su baja estatura miró a Rossi con pavor.

Rossi asintió y se acercó un par de pasos más a ella, cerrando todo espacio que había entre ellos y también eliminando toda oportunidad de que alguien más oyera lo que le iba a decir.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora