Rossi y López viajaron a la imprenta y entregaron el libro justo a tiempo.
Quisieron ir a celebrar, pero prefirieron esperar a tener el primer ejemplar de la revista en sus manos.
Era una cuestión de desconfianza. Marlene llevaba tantos años trabajando en Revues que, Christopher temía que las lealtades fueran puestas a pruebas y, por supuesto, él no pasaba ninguna prueba.
¿Quién le sería leal a un recién llegado? ¿Al hijo de papi?
—Yo lo sería —le dijo Lily con dulzura, sentada a su lado y con esa sonrisa bonita que a él lo desestabilizaba.
Christopher ya no pudo tener ojos para su primera edición y se tuvo que centrar en Lily. La encontró tan sonriente que tuvo que acariciarla.
—Gracias —susurró Christopher al pasar su pulgar por la comisura de sus labios.
Ella se rio.
—Gracias a usted —le dijo divertida. Él apretó el ceño—. Me dio mi primera oportunidad para escribir algo verdadero.
Un fuerte carraspeo los interrumpió. Los dos miraron al frente y se encontraron con Connor Rossi.
—Padre —resopló Chris y se levantó de golpe para recibirlo.
Lily lo imitó. Se estiró la falda y se arregló el cabello con los dedos. Estaba nerviosa. Connor Rossi tenía ese poder, al igual que su hijo, además, desde que habían pactado su acuerdo secreto, no lo había vuelto a ver.
—Escuché que ya salió el primer ejemplar —dijo Connor con seriedad.
Chris asintió y le ofreció la primera copia.
El hombre la recibió con el ceño apretado. Era una edición previa a la navidad. Los colores rojos y verdes saltaban a la vista, anticipando así al lector a la gran celebración.
—La leeré esta noche —dijo Connor y tras fijar sus ojos por dos segundos en Lily y de forma despectiva, se marchó.
Christopher se quedó de pie esperando un estrechón de manos, un abrazo, una felicitación o palabras de aliento, pero solo obtuvo un latigazo de frialdad, de indiferencia.
Tragó duro. Le dolió tanto que hasta Lily pudo sentirlo.
Delicada se plantó frente a él y con sus ojos oscuros lo miró con agonía.
Sus ojos azules se habían tornado fríos otra vez, defensivos.
—No tiene que impresionarlo a él, Señor Rossi —susurró Lily y con los ojos llorosos tomó su mano para consolarlo.
Chris apretó el ceño y se contuvo las lágrimas. Reclamó negando y valiente le preguntó:
—¿Y entonces a quién? —Había tanto resentimiento en su voz.
Lily le sonrió y estiró su brazo para tocarle el mentón. En su mirada fría, vacía, encontró al niño que tanto esperaba consuelo.
—A nadie más que a usted mismo —le dijo ella y la cara del hombre cambió a sorpresa.
Él se rio y agradeció tenerla a su lado en ese momento de debilidad.
La indiferencia y frialdad de su padre se sentían como golpes detrás de las rodillas. Lo hacían caer duro y estrellarse con un pasado que lo atormentaba, pero tener a Lily a su lado le ayudaba a levantarse rápido.
—Es que soy muy difícil de impresionar —bromeó él.
Ella se rio.
—Entonces tiene que trabajar más duro. —Ella se dio la vuelta y se dispuso a salir, pero desde la puerta lo miró y le coqueteó—: vamos a celebrar y a buscar otro mueble que romper.