Con mueca de fastidio y la respiración ridículamente disparada, Lily se montó a su lado y no pudo mirarlo ni una sola vez a la cara.
Se tuvo que resignar a mirarlo de reojo y, para su desgracia, el maldito de Rossi la miraba con orgullo con una amplia sonrisa de victoria.
Lily se vio tan agitada que se acordó de esas inútiles clases de deporte que tomaba para ponerse en forma. Se acordó de cómo respirar para tranquilizarse, para nada surgió efecto.
Su cuerpo era un traidor.
—¿Qué? —le preguntó enojada cuando ya no pudo soportarlo y lo miró a la cara para enfrentarlo.
Ser cobarde no era lo suyo.
Rossi levantó la comisura de sus labios en una traviesa sonrisa y su mirada se oscureció cuando olió lo excitada y agitada que estaba.
Se mantuvo fijo en su rostro y con atrevimiento cogió uno de sus mechones de cabello entre sus dedos.
Lily pensó en detenerlo, en marcar límites, pero apenas pudo moverse. Estaba hipnotizada.
De la nada, un calor abrasador la invadió entera y pensó que iba a gemir cuando su dedo largo se deslizó por su mejilla caliente.
—Jaque mate, Lilibeth —susurró Christopher a pocos centímetros de su rostro y, aunque Lily pensó que iba a besarla otra vez, se marchó caminando por su amplio y luminoso pent-house.
Habían llegado a su piso y ella apenas se había enterado.
Soltó el aire que había contenido durante todo el viaje y apurada corrió detrás de él.
—Claramente no sabe nada de ajedrez —le reclamó ella, manteniéndose digna.
Aunque en el fondo seguía muy ofendida consigo misma por ser tan traidora.
Christopher se dio vuelta para enfrentarla.
Ella no se guardó nada y añadió:
—Solo hay jaque si el rey está acorralado. —Los dos se miraron con agudeza—. No la reina. —Le dedicó una mueca de superioridad.
Rossi sonrió y se paseó junto a ella con el hámster entre sus manos.
—Jugué en un club de ajedrez por quince años —le confesó él y ella miró sorprendida—. Yo nunca dije que la reina estaba acorralada... —Le sonrió malicioso.
Lily se ruborizó otra vez, cuando entendió lo que él estaba insinuando y Christopher sonrió tan satisfecho que, la muchacha no supo dónde esconderse.
Fue entonces cuando el editor en jefe de Craze descubrió su nueva fascinación: verla sonrojarse.
Era la mierda más maravillosa que había visto, después de su hoyuelo único que aparecía solo con esas sonrisitas divertidas que le regalaba de vez en cuando.
La joven recordó que tenía que respirar o le iba a dar un infarto y, aunque se preparó para refutar, su teléfono timbró y la burbuja de tensión en la que estaban contenidos estalló en un dos por tres.
Lily atendió la llamada. Era de trabajo, o eso pensó.
Una bonita sonrisa apareció en la mitad de la llamada y Rossi tuvo celos de la persona que llamaba.
Cuando Lily terminó, dejó la charla tensa con su jefe y se dispuso a buscar el "Libro". Tenía algunos asuntos que añadir y no quería olvidarlos.
—¿Quién era? —preguntó Christopher.
Lily le miró con lio y supo que no podía mentirle.
—El representante de la cosmética natural que lanzaremos en este número —le dijo ella con calma.