Una calida bienvenida

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Sentiste un ligero pero constante movimiento en tu hombro derecho, poco a poco abriste los ojos, miraste a la azafata que te sonreía y te avisaba que en menos de 10 minutos llegarías por fin a tu destino final, la capital de Atenas. Te removiste entre tu asiento y estiraste tu brazos y cuerpo tratando de desentumirte, miraste por la ventana, apenas el sol estaba haciendo aparición en aquella tierra.

Miraste tu reloj, este marcaban las 3 pero no sabias si eran de la madrugada o de la tarde, total, el horario de aquel lugar no correspondía a donde antes te encontrabas.

Bajaste del avión en cuanto aterrizo. Acomodaste la mochila que llevabas cruzada en tu pecho y la maleta de ruedas color negra. Comenzaste a caminar y tomaste un taxi el cual habías pagado en el mismo momento en que habías comprado el boleto. Te llevo a un hotel, mucho mejor que el que habías pisado la primera vez que habías llegado a ese lugar. Dejaste tirada la mochila en la cama y te dirigiste hacia la ventana, corriste la cortina y miraste a lo lejos… nada. Frunciste el seño, no te acordabas en donde demonios se encontraba el Santuario.

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Te sentaste en la orilla de una fuente, tres días y ni rastro de donde se encontraba el dichoso Santuario. Tapaste le sol con una de tus manos y miraste hacia todos lados, pero no había rastro de que camino tomar para llegar al dichoso pueblo. Rodorio… pensabas y pensabas donde se encontraba aquel pueblito. Suspiraste y comenzaste a caminar rumbo al hotel.

¿Dónde estaba ese pueblo? ¿Por qué habrías tenido que llegar la primera vez totalmente desmayada? Todo era culpa de ellos. Claro, comenzaste a correr hasta llegar a una tienda.

-Disculpe- llamaste a la mujer del hotel que manejaba perfectamente el ingles -¿Sabe donde se encuentra Rodorio?

-¿Rodorio?- te pregunto, tu asentiste -¿Tiene familia ahí?

-Pues… si- respondiste.

Al poco tiempo te encontrabas sentada en una carreta jalada por un par de caballos, sentada a lado de un hombre de unos años mayor, se encontraban callados, tu griego no era muy bueno y pues tu ingles era muy fluido. Hablaron del clima y de alguna que otra cosa. Cuando llegaron a su destino bajaste de ahí y diste las gracias. Te colgaste la mochila y comenzaste a jalar la maleta en la que no llevabas muchas cosas.

Aquel pueblo lo conociste de inmediato, poco a poco las casas desgastadas y los pequeños puestos se comenzaron a hacer familiares. Caminaste lentamente por aquellas transitadas calles en las cuales las personas ni te reconocían y pues para ser sincera tu tampoco. Te detuviste en un puesto a comprar una pieza de pan, suerte que habías podido cambiar un par de dólares por unos euros. Sentiste un ligero tirón de tu blusa, miraste hacia abajo y te encontraste con un par de ojos chocolates, poco a poco te diste cuenta de quien era.

-Hola pequeño- le dijiste mientras te colocabas a su altura -¿te acuerdas de mi?- le preguntaste haciendo algo de mímica, el niño pareció entenderte pues asintió, le ofreciste el pan que habías comprado y tomaste otro, el niño lo acepto y lo comió.

Lo dejaste de nuevo con su madre y después de ahí continuaste caminando. Encontraste el camino por el cual antes habías pasado y miraste el reloj, ahora con la hora nacional de Grecia. Apenas marcaban no mas de la una de la tarde. Caminaste mientras jalabas la maleta y acomodabas el tirante de la mochila en tu hombro y dabas una mordida al pedazo de pan.

-Maldito camino, no recordaba que fuera tan largo- susurraste para ti mientras mirabas al frente, demasiado camino. Pero poco a poco podías ir viendo mas cerca aquellas estructuras antiguas.

Te encontrabas a unos metros de cruzar aquel abismo que te habían negado hacia unos meses atrás, ¿Cómo demonios ibas a cruzarlos estando sola?

-Hola chicos- saludaste a los guardias que se encontraban sentados degustando la hora de su comida -¿Cómo están?- preguntaste. Tensaste el cuerpo cuando se pusieron de pie y se encaminaron lo mas rápido que pudieron hacia a ti.

De chica a DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora