Revelaciones

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Despediste a Calandra y le pediste que fuera con mucho cuidado a dejar a una anciana a su casa y decirles a sus familiares como darles sus medicinas. Cerraste un momento la puerta y subiste directamente al segundo piso en donde se encontraba Radamanthys.

Cuando llegaste lo miraste fijamente, él hacía lo mismo, tú intentabas leer sus movimientos y su mirada, aunque sentías que él ya sabía todo acerca de ti. Le sonreíste y te aceraste un poco más, situándote al pie de la cama.

-Hola- le saludaste

-¿Qué quieres?- te pregunto frio y cortante, suspiraste

-Sabes algo- le comentaste –me recuerdas mucho a dos personitas, ambas muy mandonas- viste que alzo la ceja, te referías a Saga y Ángelo –pero bueno, no creo que quieras escuchar hablar de ellos

-Solo quiero saber que está haciendo aquí- te volvió a decir

-Trabajando y en este momento… tomando un descanso- comentaste –pero seré directa y clara, se ve que eres de las personas que no les gusta que se anden por las ramas- cerraste los ojos y dejaste salir un suspiro -¿a que dios sirves Radamanthys? De mi orden no eres, porque tu Cosmo no resuena con el mío

-¿Qué le hace pensar que sirvo a un dios?- te pregunto astutamente, tu rostro reflejo la sorpresa pues sonrió arrogante

-En eso tienes un buen punto; pero… las personas normales no saben usarlo, algunas mas no son capaces puesto que no todos poseen este don

-¿Solo por eso?- tu asentiste –de ser así, ¿crees que le voy a decir al enemigo sobre mi señor o mi señora?

-Otro buen punto- dijiste mientras te cruzabas de brazos sobre tu pecho –me confundes desde el principio- sonreíste –ok… entonces yo me sincero primero y luego lo haces tú ¿te parece?- él no dijo nada –tomare ese silencio como un si.

Comenzaste a sacar a flote tu Cosmo, de manera delicada para no llamar la atención y de pronto tuvieras a más de medio ciento de Caballeros y soldados dentro de aquella pequeña clínica. Tus cabellos luchaban por escapar de la coleta floja, lo que si flotaban eran tus mechas que en ocasiones tapaban tus ojos. Te acercaste a donde descansaba aun Radamanthys, lo tomaste de la mano, intentaste que tu Cosmo sincronizara pero lo único que lograste fue sentir una fuerte descarga y soltar la mano de él de inmediato. Miraste tu mano izquierda, se veía algo lastimada, ademas de roja, pues parecía que te habías quemado. Te sentías algo extrañada, viste que él también miraba su mano, analizando lo que había pasado. Sus miradas se cruzaron de nuevo, la de él llena de dudas, inseguridad, desconfianza…la tuya siempre confiada, preocupada por aquel hombre que parecía estar sufriendo y no te referías a la arrastrada que le habían dado que lo habían llevado a donde tú te encontrabas trabajando.

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-Es la primera vez que me pasa- le comentaste tomando asiento en la silla que se encontraba a lado de él, habías terminado de vendar su mano y ahora hacías lo mismo con la tuya –Shion me va a matar, tengo que buscar una muy buena mentira para que no me regañe

-Eres Athena- te dijo, sonreíste mientras le felicitabas por haber adivinado –Estas demasiado confiada como para andar entre los humanos

-Bueno, no es que tenga a media flotilla de soldados rondando por aquí, cuidando que no pase nada- le comentaste –pero bueno, hay algo que te quiero preguntar, espero contar con tu ayuda

-No- te dijo claramente

-No es nada acerca del dio o diosa a la que sirvas ni nada de eso- le comentaste de inmediato –solo quiero saber ¿Qué fue lo que te paso? ¿Por qué llegaste en ese estado?... si no fuera porque eres un guerrero, hubieras muerto

De chica a DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora