Encerrados

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Elena

He decidido dormir en el ático.

Tengo que recuperar poco a poco la rutina que llevaba antes en casa, y hacía meses que no entraba aquí. He venido preparada; traigo el libro que empecé justo ayer, galletas con chispas de chocolate y leche caliente.

El ático es mi lugar favorito de la casa, es como si se respirara un aire distinto aquí dentro. Las paredes están pintadas todas de blanco, hay una pared que divide la entrada del pequeño espacio donde paso el rato leyendo. En el lado que esta frente a la puerta está un inmenso espejo que Jessica mandó colocar cuando éramos pequeñas; este solía ser nuestro escondite. Del otro lado hay una foto igual de grande de mis hermanos y yo de hace dos años, cuando fuimos de vacaciones a Milán.

Me doy la vuelta, a la estantería de siete pisos llena de libros. Agarro uno al azar y pego mi nariz en la portada cerrando los ojos, extrañaba ese olor y extrañaba la sensación de paz que me transmitía este lugar. Nada tiene ni una sola mota de polvo, agradezco que se hayan encargado de mantener este lugar limpio y organizado, papá solía llamar a este sitio mi santuario, ya que me pasaba los días encerrada aquí sin tan siquiera salir a saludar. Coloco el libro de nuevo en su lugar y doy un paso a la derecha, me siento en el sillón con estampado de girasoles con su almohada a juego, y enciendo la lámpara de pie de color salmón que tiene mi nombre en el borde.

Mi vista va hacia el sofá gris frente a mí, donde Jessi solía leerme cuentos mientras me acariciaba el pelo, luego a la mesita del centro, donde hay varios libros llenos de imágenes de mariposas en las portadas -todos de Cat - y por último, a la otomana rosa; allí mamá se acostaba conmigo en noches de tormenta cuando le pedía que viniéramos aquí a leer.

Algo debajo del sofá llama mi atención, entrecierro los ojos para ver de que se trata, pero al final acabo agachándome, y estirando el brazo para sacarlo.

Palidezco al ver que cosa es; el libro de poemas que él me había regalado la segunda vez que nos vimos. Lo abro en la primera página pasando los dedos por la dedicatoria que me había escrito, me había puesto tan feliz cuando la leí la primera vez que recuerdo que dormí abrazada al libro.

"Me dio mucho gusto conocerte y volverte a ver de nuevo. Eres una chica genial y me encantaría que seamos amigos ¿aceptas?"

Seco las lágrimas que no me di cuenta que había derramado y lanzo el libro al cesto de basura sin pensarlo dos veces. Quería creer que eso ya no significaba nada en mi vida pero me continuaba afectando, aunque ya no como antes.

Miro el cesto y el impulso de recoger el libro y devolverlo al estante se apodera de mí, pero no, basta de atormentarme con eso. Vuelvo al sillón, suspiro y abro el libro que había traído conmigo y que me absorbe de inmediato, quedándome despierta hasta las tres de la mañana soñando con una ciudad hermosa y perfecta como la de la historia.

~*~

Al despertarme en la otomana miro a mi alrededor a la vez que me estrujo los ojos y me levanto. El plato donde estaban las galletas y la leche ha sido sustituido por otro con brownies, otro vaso de leche y una nota.

"Que bueno que volviste a tus andanzas sis, pero recuerda que hoy no vale quedarse encerrada, es el cumple de papá. Regreso temprano, te quiero".

Casi se me olvidaba que hoy era el cumpleaños de mi padre. De inmediato pienso en bajar a felicitarlo, pero luego recuerdo de que no importa si es sábado o su día especial, él se va a trabajar de igual manera. Corro a devorar mi desayuno y luego entro al pequeño baño a darme una ducha. Todavía tengo tiempo de quedarme a leer un poco más, apenas son las diez y media y la fiesta es en la tarde, no creo que mamá se de cuenta de que estoy ausente.

Salgo del baño con el cepillo de dientes aún en la boca y quitándome la liga que sostenía mi cabello sin darme cuenta de que no estaba sola. Estiro mis brazos y mi espalda, y en cuanto giro la cabeza y veo quien se encuentra al frente mío, pego un brinco y tengo que sostener mi cepillo de dientes antes de que caiga al suelo.

Siento su mirada por todo mi cuerpo y él, al ver que lo había atrapado desvía la vista hacia la ventana. Me quedo quieta y mi cabeza baja lentamente hasta observar lo que traigo puesto; una ancha sudadera azul marino que me cubre hasta la mitad de las rodillas y un par de calcetines color salmón, solo eso.

Quiero pegarme por ni siquiera haber traído unos shorts de mi habitación antes de quedarme a dormir aquí, y mi reacción inmediata es bajar un poco la sudadera, tratando de que las bragas de gatitos no se noten. También quiero pegarme por prácticamente tener una colección de ropa interior de gatitos, y de conejos...

Y de osos panda.

«Madre santa ¿haz visto la edad que tienes?»

«Crece Elena, crece».

-Tu hermana Cat me envió a por este libro de mariposas -explica aclarándose la garganta mucho antes de que yo le preguntara algo.

Efectivamente en sus manos tenía el libro de mariposas de Catherine.

-Ella venía a buscarlo pero tu madre la ha llamado y me pidió de favor que lo buscara por ella. Al parecer le gustan mucho.

-O-okay -fue lo único que pude articular.

Oh por Dios, la cara me arde.

Bajo la mirada de nuevo con vergüenza y cambio el peso de un pie a otro.

-Yo no sabía que estabas aquí, Cat me aseguró que estaba vacío.

-No, no te preocupes por eso.

No le daré un jalón de orejas porque no le había dicho a nadie que dormiría aquí.

-Ya... me voy.

Leo se encamina a la puerta con apuro, gira la cerradura, pero la puerta no abre.

Abro los ojos alarmada.

La puerta sólo abre por fuera.

Intenta varias veces, todas resultan fallidas.

-Dios mío, no hagas esto conmigo, ya estuve encerrada lo suficiente - murmuro.

Gira el mango de la puerta diez veces más, y nada. Leo camina de un lado a otro revolviéndose el cabello, tiene el ceño fruncido, está molesto. Empiezo a mordisquear mis uñas con desespero, y pensar que ya había logrado que crecieran bastante. Bajo la mano y aprieto mi muñeca para evitar volver a llevarme los dedos a la boca. No debo dejar que la ansiedad se apodere de mí en un momento como este. Mis piernas se mueven con nerviosismo y sin saber que hacer miro al techo, ni siquiera he traído mi celular.

-¿Tienes tu celular? -le pregunto con esperanza.

Leo niega y suspiro con desánimo.

-Tendremos que estar aquí hasta que alguien se de cuenta de que no estás.

«Eso va a demorar».

~*~

Acabo sentándome en el sillón con el libro que he dejado inconcluso cubriéndome todo el rostro, o más bien tapando el rostro de Leo, siento su mirada intensa sobre mí, y eso me pone de los nervios.

Llego a una escena un poco... subida de tono y cierro el libro de golpe, Leo da un respingo en el sofá y murmuro un lo siento con las mejillas ardiendo. Es incómodo para mi leer ese tipo de escenas con alguien mirándome ¿soy solo yo?

-¿No hay cartas, o ningún juego de mesa por aquí? Me aburro -pregunta, y en su voz no percibo rastros de timidez o nerviosismo como cuando me vió treinta minutos antes, es el Leo serio de siempre.

-Ya veo que no te van mucho los libros, si no, no estuvieras aburrido.

No me responde, y temo haberlo molestado con lo que dije. Se queda mirándome sin tan siquiera disimularlo por un largo minuto, me pongo el libro de nuevo en la cara para ocultar mi sonrojo que no sé por qué ha aparecido de repente, y luego...

-¿Tienes el primero de Harry Potter?

-Sí. ¿Quieres leerlo?

Chasquea la lengua.

-Quiero descubrir por qué están obsesionados con eso.

Vulnerables I: GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora