Tranquilo, no le diré a nadie

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Elena

No lo hará, estoy segura. 

Su mirada profunda y penetrante sigue en mis ojos. Tenemos demasiado contacto visual, desde que nos conocimos, es algo magnético y esta vez es como si ninguno fuera capaz de romper ese contacto. Mi pecho se acelera mucho más al mirarnos de esa manera, e hipnotizada, llevo la mano que estaba en su cintura hasta su cabello, apartándolo de la frente y dejando visible el lunar que tiene justo ahí.

¿Qué estás haciendo?

Él mira a mis labios otra vez, y yo lo miro a él. ¿Qué estoy esperando? ¿Qué está esperando él?

Por más que quisiera empujarlo a un lado y levantarme del suelo de una vez, me quedo inmóvil esperando sus labios. Quería saber si lo haría, si me besaría. Jamás me había sentido tan ansiosa por besar a alguien, aunque mi subconsciente esté buscando en lo más recóndito de mi mente algo que le diga que no es cierto. Se acerca un poco más y... Dejo de pensar cuando por fin sus labios tocan los míos y comienzan a moverse lentamente.

Lo hizo.

«Me está besando».

Algo parecido a una corriente eléctrica sube desde mi estómago, va por mis brazos y mi garganta, y de inmediato mis labios se unen a los suyos, siguiéndole el ritmo. Todo mi cuerpo tiembla cuando Leo me acerca más a él, tomándome en la espalda baja, profundizando más el beso, casi derritiéndome por lo bien que se mueven sus labios sobre los míos.

Suelta mi cintura y se enfoca solo en mis labios. El hecho de que el beso es lento hace que el momento se vea y se sienta mucho más íntimo. No me atrevería a decir la otra palabra, esa que haría que me detuviera y me escondiera en el baño hasta que todo el calor que estaba comenzando a sentir se disipara y tratara de olvidar lo que estaba pasando.

Abro los ojos sopesando lo que acababa de pasar por mi cabeza.

—Leo.

Coloco una mano en su pecho para detenerlo —y pararme a mí también — casi nos quedábamos sin aire. Él sale de encima de mí y me levanto del suelo sin saber a donde mirar.

«¿Qué rayos acaba de pasar?»

Me llevo los dedos a los labios. Nos habíamos besado...

«Y me gustó».

Volvimos a intercambiar miradas. Él, con el pecho subiendo y bajando, tratando de recuperar el aire que había perdido, y yo con los ojos inquietos que pasaban de ver sus pupilas completamente dilatadas a sus labios hinchados.

—Elena...

—¿Q-qué?

«Lo que me faltaba, ¿tenía que tartamudear ahora? ¿en serio?»

Leo niega. Camina en mi dirección y se detiene a pocos centímetros de mí. La tensión es obvia entre nosotros. Él se lleva las manos a los bolsillos, yo no soy capaz de mirarlo a los ojos, mantengo la mirada en el suelo.

—Oye... —Está tratando de decirme algo. Que no sea lo que estoy pensando.

«Que no sea un lo siento, que no sea un lo siento».

De repente, mis miedos hablan por mí:

—Tranquilo, no le diré a nadie.

Dice algo que no logro escuchar con claridad, y me toma de la nuca volviendo a besarme. Me toma por sorpresa, pero solo tardo tres segundos en seguirlo. El beso ya no es lento como el de antes; este es salvaje y desesperado, violento, como si buscáramos algo en los labios del otro. Al menos ya no siento que soy la única que se había quedado con las ganas. Jamás me habían besado así, y estaba comenzando a adorarlo, eso, y el sabor adictivo a uva que tienen sus labios.

Vulnerables I: GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora