Cucharada de su propia medicina

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Elena

Siempre que lloro siento que nunca pararé de hacerlo. Tan solo una lágrima basta para que me derrumbe y parezca que tengo cascadas en los ojos.

No quería que lo supieran, ya había sido suficiente con las personas que habían visto aquél vídeo y me miraban justo como ellos lo hacían ahora; con lástima.

-Quiero estar sola -les digo secándome las lágrimas y a regañadientes los dos se levantan del suelo, y se van de aquí.

¿Por qué siempre que veo un atisbo de luz en mi vida siempre hay algo que arruina todo? ¿Es que nada va a estar bien conmigo alguna vez? ¿Por qué?

Se me vuelven a escapar las lágrimas. Tengo miedo, no quiero que nadie más sepa de esto, y con Matthew suelto es muy probable que suceda. Quiero mi vida de antes, quiero ser la yo de antes, pero sigo siendo una cobarde. Trato de convencerme de que aquel vídeo no fue mi culpa, pero luego es imposible evitar los malos pensamientos entrando a mi cabeza. Si pudiera dejar de pensar aunque sea por unos pocos segundos sería la persona más feliz de este mundo. Al igual que poder dejar de sentir miedo, pero es imposible. Las dos cosas son imposibles para cualquier ser humano, porque la mente es nuestro peor enemigo, y el miedo es algo que no podemos evitar sentir, siempre está ahí, incluso cuando por fuera parecemos no demostrarlo.

Tomo aire y luego lo expulso tratando de recomponerme, vuelvo a secarme las lágrimas y me levanto de aquel asiento alisándome la falda. Ya no puedo, ya no puedo quedarme sentada como si nada, dejando que las cosas pasen y quedándome a ver como destruyen mi vida solo llorando y lamentándome. No voy a huir de mis problemas sin al menos haber intentado resolverlos. No voy a volver a dejar que jueguen conmigo, no de nuevo.

Busco mi celular en el fondo de la mochila, pero luego recuerdo que estoy castigada. Me dirijo de nuevo al salón, todos ya parecen haber terminado el examen y están dispersos conversando. Max y Antonia están apartados en el fondo, sus caras denotan preocupación y mi pecho se estruja al ver a Max con lágrimas en los ojos.

-¿Me prestas tu teléfono?

-Claro -accede y con movimientos un poco torpes, saca el celular de uno de los bolsillos de su pantalón, lo desbloquea y me lo extiende.

Salgo de nuevo a los pasillos y marco el número de mi padre, que por supuesto, no contesta las dos primeras veces. Intento la tercera con éxito.

-¿Max? ¿Qué pasa?

-Es... Soy Elena, papá.

-¿Qué sucede cariño? ¿Pasó algo?

-Sí.

Le cuento todo lo que sucedió con lujo de detalles, sin detenerme casi ni a respirar. Él me escucha en silencio, y luego me dice que mantenga la calma, que se ocupará de todo y que, posiblemente tenga que ir a la estación de policía de nuevo para declarar y mostrar la carta.

«¡La carta!»

Debió quedarse en el patio. Siento como el color se me va del rostro y estoy a punto de volver al patio cuando Tony se me atraviesa en el camino.

-Hey, espera. -Toma mi mano derecha y en ella deposita la carta, luego me sonríe de boca cerrada -. Si estabas buscando esto, aquí está y, no te preocupes, no he leído nada.

Inclino la cabeza sonriéndole, y luego la abrazo, ella de inmediato corresponde y me siento aliviada porque en verdad necesitaba esto.

-¿Ya lo sabías, cierto? -pregunto aún sabiendo la respuesta.

Se separa del abrazo y cuando la miro, me evade, pero asiente.

-Fue hace unas pocas semanas, escuché hablar a Matthew con alguien por teléfono. Le decía hermano.

Vulnerables I: GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora