La Cruz

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Elena

Un trueno me hace despertar asustada. Mi hermana y Tony ni se inmutan, estoy en medio de las dos abrazando el peluche que me regaló Leo.

El estómago me gruñe, no puedo creer que tengo hambre después de todo lo que comí, y encima estoy muerta de sueño. No sé si levantarme o quedarme durmiendo.

El hambre puede más.

Me levanto con cuidado de no despertarlas y salgo de la habitación en puntillas medio asustada por los pasillos oscuros. Me pregunto cuando va a parar de llover. Debe estar todo inundado ahí fuera. Enciendo la luz de la cocina y abro el refrigerador agarrando uno de los helados de fresa de mi hermana y me siento a tomármelo lo más rápido que puedo. Aún tengo en la mente la película de terror; sé que solo es ficción, pero al parecer mi mente aún no quiere aceptarlo.

Termino y vuelvo por donde mismo vine, estrujándome los ojos y bostezando, y voy tan distraída que acabo chocando con una pared... de músculos.

—Leo. —Subo la mirada —. ¿Qué haces despierto?

—Me desvelé y luego recordé que dejé mi celular cargando en la sala, voy por él ¿Y tú?

—Tenía hambre.

—¿Hambre?

—Sí, yo tampoco entiendo a mi estómago, no te preocupes.

De casualidad me da por bajar la vista y la cara comienza a arderme al ver como estoy en frente de Leo.

Tú y tu manía de dormir en bragas.

Cierro los ojos queriendo darme un golpe en la cabeza.

«Que vergüenza ».

—No te preocupes, a mí no me molesta —me dice cuando me llevo una mano al rostro.

Lo miro con la boca entreabierta. ¿Cómo puede hablar así, como si todo fuera normal? Menos mal que todo está oscuro y no puede ver mi cara.

—Además, uno duerme como quiere, así que si quieres dormir en...

—Leo, okay, te entendí. —A estas alturas mi cara debe de echar humo —.M-me voy a dormir.

Antes de avanzar siquiera me toma del brazo.

—Oye, no tienes que sentir vergüenza conmigo. Ya te había visto así de todas maneras.

«Madre santa».

Por inercia miro a todos lados.

—No digas eso tan alto —susurro.

—¿Qué cosa? —Inclina la cabeza —. ¿Qué nos besamos en el ático de tu casa cuando te enredaste con mis pies y prácticamente me arrastraste al suelo?

—No te arrastré al suelo —me defiendo —.Fue-fueron los nervios.

—Claro. —Asiente con los labios apretados —.Porque metí tu dedo en mi boca.

Le cubro la boca en un impulso para que no siga hablando. La sonrisa le llega a los ojos cuando lo hago y luego muerde la palma de mi mano haciendo que la quite.

Niega.

—Buenas noches, Elena. —Me roba un beso y se dirige a la sala.

Yo me quedo aún atontada con la espalda pegada a la pared... Sonriendo como una tonta porque ya está confirmadísimo que así es como único actúo cuando estoy cerca de él.

—Elena.

—¿Sí?

Él está de nuevo frente a mí, pero su rostro está diferente. Tiene la mandíbula apretada, los ojos muy abiertos, como si algo lo hubiese espantado, y también hay lágrimas en ellos. Está temblando y empiezo a preocuparme cuando aprieta la mandíbula con demasiada fuerza.

Vulnerables I: GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora