Friendzone

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Leo

—Mi padre era mi persona favorita en el mundo. No es que no quisiera a mi madre, pero con papá tenía una conexión muy especial. Siempre tenía alguna historia nueva que contarme. Inventaba historias en las que los protagonistas éramos nosotros o a veces, me llevaba a lugares increíbles en los que imaginábamos que éramos otras personas y desconectábamos un poco de todo.

Hablar de mi padre nunca me pone de buen humor. Solo por eso tengo ganas de levantarme de este estúpido sofá y no volver a pisar este hospital nunca más.

—¿Y tu hermana? ¿También iba con ustedes?

—Algunas veces, ella siempre ha sido más apegada a mi madre.

—Siempre es bueno salir un poco de la rutina diaria ¿no es así? —Asiento mirando la lámpara en el techo —. Desear ser otras personas y vivir otra vida que no sea la nuestra, que a veces suele ser tan complicada. 

Fingir por un momento ser otra persona ¿quién no ha hecho eso alguna vez? Yo lo hacía todo el tiempo cuando era pequeño, o a veces deseaba no haber nacido, o que mis padres no se hubieran conocido jamás —pensaba eso solo cuando estaba molesto, o sea la mayor parte del tiempo — después se me pasaba y solo nos imaginaba a nosotros viviendo una vida totalmente diferente.

«Hubiese sido tan bueno vivir una infancia tan distinta a la que viví con mi hermana».

—Leo, de nuevo perdido en los pensamientos. —La doctora me sonríe.

—Lo siento.

—Cuéntame más sobre aquello que imaginabas ¿que eras?

—Quería ser grande, era lo que más deseaba cuando tenía siete años, en estos momentos me parece irónico porque, ahora solo quiero volver a esa edad.

«Para volver a ver a papá y así quizás, dos años después, impedir que muriera».

—¿Por qué querías ser grande?

—Para entender lo que tanto discutían mis padres, ellos siempre me decían cosas como; cuando seas mayor lo entenderás, todavía eres muy pequeño para esas cosas o la que más me repetían: No te metas en cosas de grandes. Ahora entiendo que la mayoría de esas frases las decían para evitar afectarnos a mi hermana y a mí pero, al final yo acabé escuchándolo todo.

—¿Y tus padres, discutían todo el tiempo?

—No, la gran parte del tiempo éramos una familia feliz, no teníamos tanto, pero mi padre decía qué teníamos amor y eso era lo importante. —Casi sonrío al recordar aquello.

» Las discusiones venían cuando aparecía un señor todos los meses buscando a mi mamá, papá nos mandaba a mi hermana y a mí a encerrarnos en la habitación y no salir hasta que se fuera. Recuerdo que una vez, cuando tenía seis años, fueron tantos los gritos que me acabé orinando encima, tenía tanta vergüenza. Mi hermana me consoló e hizo todo lo posible por que yo no me sintiera mal pero me seguía sintiendo un cobarde.

» Después de que el señor se marchara me enteré de que los gritos habían sido porque él había golpeado a mi madre y papá se le había ido encima, ahí me sentí peor; sentía que podía haberla protegido, podía haber hecho algo para ayudar a papá a sacar a ese hombre de la casa y no pude.

Termino de hablar, llorando. Me seco las lágrimas y sigo mirando al techo mientras la doctora me habla.

—Leo, no tienes por qué sentirte culpable por ello, eras un niño pequeño. A esa edad los niños todavía deben ser protegidos. Tenías miedo, como cualquier otro niño de seis años lo tendría si estuviera en esa situación, actuaste acorde a la edad que tenías en esos momentos. Incluso si hubiese sucedido ahora, contigo, con la edad que tienes, no está mal tener miedo. Es algo que es inevitable que suceda en algún momento de nuestras vidas.

Vulnerables I: GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora