CAPITULO 11

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OLIVIA

A Nunca me considere alguien bueno, lo supe desde pequeña, o al menos eso me hizo creer mi madre, desde niña siempre fui muy impulsiva, había cosas que me molestaban, como el golpeteo constante de una gota de agua, eso hacía que rompiera cualquier cosa que estuviera a mi alcance. Recuerdo también la vez que le lance una silla a uno de mis compañeros de la escuela, le abrí la cabeza, también estaban las veces que asfixie a mis mascotas porque hacían sonidos molestos, mamá siempre me regalaba conejos, aves, ardillas, hámster, animales débiles y eso no me gustaba, no soportaba verlos, eran animales tan frágiles y diminutos que podían morir en mis manos, así me sentía con David, como un ser indefenso y diminuto que en cualquier momento moriría en sus manos.

Mamá no prestaba atención a mis actos, decía que eran cosas de niños, pero con el tiempo se dio cuenta que algo no estaba bien, siempre me hacía preguntas al respecto y yo siempre le decía que no sabía nada al respecto, claro que ella no se quiso quedar así, me llevo con un psicólogo, mi madre nunca dijo cuál fue el diagnostico, pero estuve yendo a terapias, prácticamente era hablar con mi psicólogo y me ayudaba a controlar esos impulsos.

Con los días mamá empezó a tratarme como si tuviera alguna enfermedad venérea, siempre se alejaba de mí toque, ya no me abrazaba ni me daba besos en la frente. No entendía que había hecho mal y eso me puso muy furiosa. En un impulso la deje caer por las escaleras, cuando me di cuenta le pedí disculpas. Ella dijo que estaba bien, que entendía y que tuviera cuidado de ahora en adelante. Meses después me dejo en las garras de David, siempre que pensaba en ella estaba el impulso de querer asfixiarla como lo había hecho con mis mascotas.

Después de lo que le hice a mi madre siempre trataba de controlarme, seguí con las terapias por un tiempo hasta que pasó lo de David, eso me hizo sentir débil, ya no me dejaba llevar por mis emociones y comprobé mi auto control cuando Alice comenzó a molestarme, pero realmente nunca le quise hacer daño a ella y nunca se me ha cruzado por la cabeza por mucho que me ha hecho enojar. Cuando comenzó a molestar, no quería quedarme así, por eso le hacía cosas pequeñas para molestarla de vuelta, pero nunca reacciono, solo sonreía y esa sonrisa me debilitaba, pero mi rabia volvía cuando les sonreía a las demás chicas.

Después de todo lo que nos habíamos hecho durante estos meses aquí estaba yo, durmiendo en su alcoba, odiaba el hecho de que alguien me haya visto tan vulnerable, pero algo en mi interior me decía que estaba bien con ella, que ella no me haría daño, me bastaba ver sus ojos para sentirme segura.

No sé cuánto tiempo había pasado, todo estaba oscuro, me senté en la cama, vi a los lados y miré a Alice recostada en un sillón junto a la ventana con el teléfono en la mano.

-Despertaste –alzo la vista del teléfono.

- ¿Qué hora es? –me sentía mareada.

-Las siete, deberías seguir descansando.

-Ya es tarde, me iré –me levante muy rápido de la cama y casi caigo al suelo por lo mareada de estaba.

-Oye, tranquila, nadie te está echando –se acercó y me ayudo a recostarme otra vez.

-No quiero causar problemas.

-No lo haces, descansa.

-La escuela –dije –dejé mis cosas.

-No te preocupes, fui por nuestras cosas cuando te dormiste, la rubia las tenía.

-No le dijiste nada ¿verdad? –me asustaba la idea de que alguien más lo supiera.

-Solo dije que te sentías un poco mal, pero nada de qué preocuparse.

-Gracias –le di una pequeña sonrisa.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora