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Mi hermano y yo llegamos al instituto en cuestión de pocos minutos y veo en la puerta a Lucía y a Marta. Cuando bajo me uno a su conversación y esperamos a que llegue Lorena, que como siempre llega solo un minuto antes de que suene la irritante campana y empezamos a caminar juntas hacia la primera clase del día.

Estoy a punto de llegar a la puerta del aula cuando alguien me empuja con el hombro para pasar primero. Y casi no me sorprende ver a Adrián, el muy pesado. Paso de él y me siento en mi sitio sin decir nada.

No soy capaz de prestar atención en clase, me pongo a hacer garabatos mientras pienso, y ni siquiera presto atención a los garabatos. Intento desenredar mis pensamientos, pero cuando empiezo a pensar en uno, salto a otro y así todo el rato hasta que suena el timbre que marca el descanso. El timbre me saca de mis pensamientos, estoy aturdida y recojo mis cosas de manera rápida y lo meto todo en la mochila de cualquier manera.

Salimos a los bancos del instituto Y sacamos el almuerzo, yo saco mi fiambrera, llevo una manzana sin pelar y un sándwich.

– Cris, ¿qué te ha pasado en la mano? – Dice Marta.

– ¿Qué? ¿Qué mano? – Ella me coge la mano y la voltea para enseñarme una mancha de boli emborronado en la mollita de la mano. Debe ser del roce de la mano con el papel mientras dibujaba en clase.

Maldigo en voz baja y veo conveniente desahogarme. Les hablo primero de la marca y de las fotos del vestido y cuando acabo me animan y me tranquilizan. Después les hablo de lo que pasó con Ethan y con el pelirrojo.

– Te han invitado a una fiesta ibicenca, ¿y lo dices ahora? – Exclama Lorena.

Mis amigas y yo nos reímos ante su respuesta a mis tres minutos seguidos contando todo lo que me había pasado donde casi no he parado ni a tomar aire.

– De todo, ¿eso es lo que te ha parecido importante? – Dice Marta sin dejar de reírse.

– ¿Qué pasa? Sabéis de sobra que me encantan las ibicencas. – Dice sin avergonzarse, y luego se me queda mirando. Se lo que significa esa mirada...

– No. – Digo, y trato de sonar firme.

– Iremos. –

– No. –

– Tenemos que ir, te ha invitado. – Dice muy seriamente, como si se tratase de un acto de cortesía.

– No vamos a ir. No conozco a ese chico. –

– Bueno por lo menos tienes que hablarle para decirle que no vas, alguna respuesta deberías darle. – Y todas están de acuerdo con ella.

El resto de las clases transcurren con normalidad. Miro el reloj, falta exactamente un minuto para que suene el timbre. Saco el móvil y veo que tengo un mensaje de Lorena.

< ¡¡Háblale al pobre chico, segundo aviso!! Al tercero empiezo a mover hilos y averiguo cómo colarme en la fiesta.

Trago saliva. La conozco suficiente como para saber que no es un farol. Por fin suena el timbre y camino a la salida, veo a mi madre en la puerta, lleva unos tacones básicos negros unos pantalones y una chaqueta a jugo de traje. En lugar de camisa lleva un top de manga corta de color blanco. Se quita las gafas cuando me ve y levanta la mano para que la vea.

Voy hacia ella. Me da un beso en la mejilla y me subo a un Rolls-Royce negro con mucho morro y los espejos de las ventanas tintados. El chofer lleva pinganillo y siento que me empiezan a sudar las manos. El señor del pinganillo me intimida y aun no le he visto la cara. El chofer arranca.

– Me ha dicho Max que llegaremos en menos de una hora. –

– 43 minutos con 20 segundo para ser exactos. – Dice el chófer, Max, supongo.

Mil Razones Para Olvidar ( Mil Razones 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora