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Llevamos diez minutos y me empiezo a notarme ligeramente lenta. Toco el brazo de Lorena, tengo que ir al servicio. Y no sé cómo, pero vuelve a hacerlo.

– Ethan – Lo mira con ojos coquetos. – Seguro que tú sabes cómo llegar al baño... –

No estoy tan borracha, recuerdo que lo sabe de sobra, ha ido hace una hora como mucho. No escucho como Ethan le da las indicaciones, pero leo la respuesta de Lorena en sus labios.

¿Le acaba de decir que me acompañe? La voy a matar... Estoy a punto de decírselo, pero Ethan se pone de pie y se acerca a mí. Me ofrece su mano y yo se la doy. No sé muy bien si estoy pensando en lo que está pasando, pero de verdad necesito ir al baño.

– Gracias – Pero mi voz es un murmuro.

Me pongo de pie demasiado rápido y me mareo. Cuando dejamos al grupo atrás sigo mareada, me resbalo con el tacón. Ethan me agarra por los hombros y me sujeta. Voy apoyada en Ethan. Pese a mi altura y a que llevo tacones, sigue siendo un poco más alto que yo. Eso me gusta.

– Estas bien? –

– Si, un poco mareada nada más. – Vuelvo a percibir el olor de su perfume. – Como puedes no estar afectado? –

– Ah, supongo que tengo más estómago. Ya llevo muchas fiestas con Nico, al final le sigues el ritmo. –

Sinceramente, no me gustaría llegar a 'esos ritmos'. Mis padres sabes que hemos probado el alcohol, pero siempre nos han dicho las desventajas y los problemas que nos puede dar incluso para cuando cumplamos la mayoría de edad y no sea ilegal que lo consumamos. No lo aprueban, pero quieren saberlo cuando hayamos bebido. Nunca he pasado de la fase del 'contento' y supongo que el mareo es el nivel dos y ya no me está gustando.

Llegamos al baño, por suerte no hay cola. Entro y después de unos intentos me doy cuenta de que no me puedo quitar el vestido sola. Resignada, vuelvo a salir y veo a Ethan esperándome apoyado en la pared del pasillo con apariencia tranquila. Me quedo embobada mirándolo, tanto que casi se me olvida cómo articular palabra.

Se pone recto cuando me ve y yo consigo emitir sonidos con significados. Muerta de la vergüenza me inclino un poco hacia él para que me escuche por encima de la música.

– Necesito que me bajes un poco la cremallera. – Le pido bajando la mirada y casi en un susurro.

Él asiente con la cabeza y yo me giro para darle la espalda. Levanta la mano y me roza la piel entre mis escápulas. Noto cómo un escalofrío me recorre la columna vertebral. Y sé que él también lo ha notado, tal vez el mío, o tal vez el suyo propio. Lo sé porque ha retirado las manos un segundo. Vuelve a bajarme un poco más la cremallera, pero no la baja entera, solo lo suficiente para que yo la alcance. Lo suficiente como para no ver mi ropa interior.

Me separo de él y entro en el baño.

Mil Razones Para Olvidar ( Mil Razones 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora