Capítulo 14

126 17 7
                                    

Su aliento en mi rostro es repugnante. Es asqueroso ver sus dientes tan descuidados. Y peor aún es que su saliva caiga en mi rostro.

Pero con todo eso encima, no soy para nada capaz de moverme. No por su agarre en mis hombros, sino por lo que dice, por todo lo que grita.

Yo... Trayendo el Apocalipsis...

—¡Oye! ¡Sueltala! —ordena Samara intentando empujar al viejo hombre de mí, pero eso tan sólo aumenta la ira del hombre.

Ahogo un grito de dolor sintiendo como sus uñas empiezan a enterrarse en mí, no sé cómo lo ha hecho pero lo hace.

—¡No debes estar aquí! ¡Debes estar del otro lado! —grita aun más y me confunde.

No puedo ni siquiera procesar qué sucede.

—¡Que la sueltes! —grita aún más Sam dándole ya golpes con la cartera.

Apenas distingo que las personas a nuestro alrededor van deteniéndose pero no nos ayudan... Ninguno me ayuda... ¿Están...? ¿Acaso están grabando esto en vez de ayudar?

—Su... Suel... tame... —pido y aquí noto que ni siquiera puedo hablar.

El agarre es firme pero aun así estoy temblando como una gelatina.

Miguel... Miguel, por favor, ayúdame... ¡Ayúdame!

—¿Qué dices, bastarda? —cuestiona el anciano sin ánimos de soltarme o aflojar su agarre —¡Nadie nunca te soltará! ¡Debes mor...!

Antes de que pueda terminar de hablar, una persona se mete entre ambos, empujándolo con fuerza hacia atrás y yo casi caigo hacia delante de no ser porque Samara me atrapó.

Las lágrimas queman mis ojos y mis mejillas.

—Tu... ¡Tu eres...! —El hombre antes tan seguro ahora está temeroso ante la persona que tiene enfrente.

Por su postura tan firme, todo derecho que le hace parecer más alto y los puños cerrados con fuerza a sus lados, por casi no lo reconozco.

Un silbido de la policía hace que el viejo lunático se calle y la gente comienza a dispersarse.

—Matt... —susurré.

No creí que me fuese a escuchar, pero lo hizo. Volteo rápido y sin dudarlo camino hacia mí para abrazarme del lado libre. Su cuerpo se siente demasiado tenso.

—¿Estás bien? —pregunta. Y estoy por responder pero esa maldita voz se alza sobre la mia.

—¡Oficiales! ¡Debe arrestarlos! —grita aquel, señalandonos —¡Ellos están malditos!

Los tres oficiales de policía miran sin entender por completo qué sucede y menos con esas palabras.

—¿Arrestarlos? Pero sí eres tú quién está alterando el orden público —objeta una nueva voz.

Todos volteamos a ver a la misma dirección y mi estómago se retuerce por sí mismo. Azufre.

Un hombre acompañado de una mujer de misma expresión serena y escalofriante, vestidos tan formales que su mera presencia parece ser sacada de cualquier otro lugar.

—¡Ust... Ustedes! —grita aterrado el hombre... No puede ser... Él también sabe... Sabe que son... —¡Demonios!

¿Cómo? ¿Cómo puede saberlo? No puede ser... Si él no está loco entonces... ¿¡Ha dicho la verdad!?

—¿Demonios? —repite la mujer con cierto grado de falsa inocencia —Mmm... Yo nos llamaria más bien abogados del fiscal.

¿Qué?

ElegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora