Capítulo 52

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Cuando creí que la mística espada que alguna vez ha sido usada para herir de muerte al hijo de Dios hace más de dos milenios sería también usada para provocar mi propia muerte y llegar a poner un punto final al Infierno, acercándonos a la tan esperada batalla del Fin de los Tiempos, en ese preciso momento en que su actual portador, Miguel, la está usando para eliminar la amenaza más importante, es que todo último punto de razonamiento que alguna vez sostuve ha quedado eliminado.

Los ángeles y los demonios existen, son tan reales como yo lo soy, tan tangibles e intangibles al mismo tiempo. Los dioses también existen, y no sé qué tantos otros seres que alguna vez consideré que son creaciones de la imaginación humana también sean reales. Sin embargo, esta verdad no es tan shockeante como el ver en primera fila la pelea del bien contra el mal.

¿Cuántas profecías han hablado de esta batalla? ¿Cuántos han anhelado que este momento llegue? 

Inconscientemente me sostengo de los brazos de aquel sujeto que me rodea desde atrás. Parece haber pasado una eternidad pero estoy muy segura que tan sólo ha pasado un minuto, dos a lo sumo. Tal como yo, Rafael está al lado del hombre con rulos en el cabello, a diagonal mía y en frente de donde está Paul, siendo sostenido de los hombros por una mujer de cabello ceniza opaco, quedando en el medio aquel cuerpo poseído por Mephistopheles como aquel cedido para que Miguel pueda usar.

Se supone que estas profecías narran las batallas que tendría el Arcángel Miguel en contra de su hermano caído, Lucifer. Sin embargo, la realidad acaba por ser completamente distinta y si es así, ¿en cuántas otras cosas más nos hemos equivocado? ¿Qué tan manipulada está toda nuestra historia y cuál es esa verdad que tanto ocultan?

Cada segundo que pasa, cada movimiento que ambos contrincantes realizan en un vals de luces y sombras, más notable es el cambio que está recibiendo el cuerpo humano del que tanto me he encariñado. Siento las lágrimas caer mientras noto que en las heridas que recibe el Arcángel no sangran en rojo sino en dorado. Miguel se está convirtiendo en un Dios, y arrastra a Michael a eso. Yo arrastré a Michael en eso.

—Sentir culpa no ayuda en nada, y mucho menos ahora —me reta el sujeto por sobre mi oreja, hay algo en su tono que me resulta espeluznantemente familiar, y lo peor, se sintió como si metiese su pálida mano en mi cerebro.

Sin embargo, no es una culpa vacía lo que estoy sintiendo, por el contrario, es cierto. Yo hice ese primer trato con Rumey, yo hice que el Infierno mismo se desate esta noche, que decidan atacar también a mi hermano, exponer a mis amigos al peligro, que el proceso que debió de ser lento se haga en cuestión de minutos, desgarrando el cuerpo del que pertenecen la mayoría de los latidos de mi corazón.

Sólo un ser divino puede portar a Longinus, y Miguel lo hace con tal destreza que parece ser una extensión más de sí mismo como si esa espada se tratase más un pincel creando una obra de arte que, quizás, pase a la historia de manera conmemorativa. ¿Pero será lo suficiente como para desterrar al demonio y cerrar las puertas que hoy se han abierto? No soy sorda, ni tan distraída, aunque estemos aquí dentro y contenidos, sé bien que hay más demonios afuera de estas paredes que están luchando contra los hombres de la luz, del bien.

—Ayúdame a cerrar las puertas —solicité, y por unos segundos creí que fue en un tono muy bajo hasta que siento sus brazos ejercer más fuerza, arrastrándome más atrás. Ahora la columna que usábamos para cubrirnos a medias está bloqueando la mitad de la visión de la pelea.

—¿Qué tienes en mente? —me pregunta sonando menos tajante que antes. Siento una mirada del lado derecho y al observar allí me encuentro con los ojos de aquella mujer, es su aura la que me indica que no es una humana más, sino una ángel.

ElegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora