Lo mire de la misma manera en que me mira: curiosa, expectante, sabiendo que uno de los dos hará el primer movimiento que desencadenará todo.
¿Qué se supone que deba pensar ahora? ¿Qué se supone que deba creer?
Primero, me quedo unos segundos o minutos en silencio, estupefacta. Luego comienzo a reírme, demasiado incrédula de su confesión.Sin embargo, esa seria mirada suya acaba por silenciar mi risa.
Y el pánico se apodera de mí.
No puedo respirar. Mis pulmones se cerraron de tal manera que me arden. Mi garganta quema. No puedo respirar... no puedo...
La cabeza... Siento como bombea algo sin cesar. Es tan fuerte que me caigo al piso.
¿O acaso ya estaba antes?
¿Y qué es esto que me quema en los cachetes?
Yo... No puedo...
Ayuda...
—¡Camille!
Los brazos de Miguel me rodean, me intentan cubrir pero yo lo empujo. Peleo para alejarlo pese a quiero que esté cerca.
Me mintió.
Me engañó.
Mis intentos son nulos. Él es más fuerte que yo y de pronto sostiene mi rostro, obligándome a verlo a los ojos fijamente.
No sé qué es pero algo me rodea. Algo fuerte, brillante, llena de tanta paz. Mis oídos de pronto se llenan de música, la bella entonación de un cántico sin palabras, sólo puedo oírlos.
Y ya no veo el departamento. Tan sólo veo nubes pintadas como las pinturas de la Capilla Sixtina. Hay una grandiosa luz proveniente de lo que creo que es el sol pero como nunca antes lo he llegado a ver, a sentir; me acaricia y me envuelve como enormes alas, y de algún modo u otro siento que todo el caos en mi cabeza va desapareciendo, aplacándose.
¿Cómo es eso posible? No lo sé, porque tampoco soy capaz de pensar con racionalidad en este momento.¿Tengo miedo? Sí. Pero el muro que está frente a mí no me deja sentirlo. Y se siente de esa manera. El cuerpo de Miguel ahora mismo se siente como una enorme pared que bloquea todo mi derrumbe mental. Sus ojos azules son una mezcla del tono del cielo, con destellos dorados en ellos.
Su rostro permanece duro, intacto a mis emociones porque coloca como prioridad mi bienestar. ¿Así es como actúa un guardián? ¿Protegiéndome hasta de mí misma?
Mi labio tiembla en el vano intento de decir algo, y sin pensarlo ni dudarlo, me abrazo a él tanto como pueda.
Siento algo en mi espalda, dos grandes manos abrazándome y por detrás de ellas algo más liviano, más suave y más cálidas. ¿Alas?
Tener su pecho contra el mío me permite tomar de guía una respiración pausada, más tranquila y relajada. Los pálpitos de su corazón llegan a los míos para también abrazarlo y calmarlo. Poco a poco el pecho deja de pesarme, de quemarme; sigue estando el ardor del malestar para cuando separo mi rostro de su abdomen y le miro.
De nuevo, sus ojos parecen llegar a lo más profundo de mí, a mi alma. Y de nuevo, ya no sé lo que siento por él. Si es sólo atracción por cercanía o si me gusta.
Por Dios, espero que sea la primera opción porque si es la segunda, me dolerá mucho más de lo que me duele ahora.
Creo que es cuando él se asegura que ya estoy mejor que todo el adorno renacentista desaparece, y el departamento regresa a nuestro campo de visión. Lo último en desaparecer por arte de magia es la intensidad lumínica que regresa a su dueño, siendo su cuerpo lo último en materializarse.
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Elegida
ParanormalMichael se cruza de brazos, como si no pudiera creer lo que acabo de decir. -¿Estás descubriendo que existen dioses y otras razas pero te ofendes que Santa Claus no se incluya en la lista? Hago una mueca, es un buen punto. Suspiré llevando mi cabel...