Capítulo 20

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Por más que me ponga a analizar esto y parezca que está durando toda una maldita eternidad, estoy bastante segura que no pasado ni un minuto en que estoy en esta posición.

Gracias a Dios que no he cerrado los ojos.

Momento, ¿debo agradecer a Dios?

Ay, no. Camille. No es hora de pensar en esto, sino en cómo salir de esta situación.

Piensa antes de que sea mucho más raro.

Piensa, piensa, piensa.

Oh, sí.

Muevo mi pie izquierdo con torpeza haciendo que pierda el equilibrio y tropiece hacia delante, rozando no sólo los labios sino también la mejilla.

Aún así, esta es la primera vez que Miguel se mueve ya que me ataja con una de sus manos.

Quedamos de lado, sé que su mirada está fija en mí. Pero yo, totalmente avergonzada, miro hacia delante, al suelo. 

Lo he besado.

Lo besé.

Y si bien fueron pocos segundos, joder. No quiero ponerme a pensar ahora que no ha correspondido.

Me enderezo y me libero de su agarre. Irme. Sí, debería irme.

—Yo... Perdón, me tropecé —mentí evadiendo ver su rostro en lo que me muevo y paso por su lado para tomar mis cosas e irme —, debería irme a casa. ¡Tengo mucha tarea!

Me muerdo la lengua con fuerza antes de decir muchas estupideces de las que sé que me voy a arrepentir más tarde.

—Camille —dice suave, y me detengo viéndolo por encima de mi hombro. Mi mochila ya en mis manos —. No bebiste tu agua.

Abro los ojos estupefacta y veo el vaso que quedó en la barra. Luego vuelvo a verlo y... Está sonriendo. Burlón. Por dentro se está riendo de esto. Ay, carajo. Sabe lo que quise hacer, lo sabe bien...

Mi instinto de huida se incrementa en cuanto da un paso hacia delante y reactivo mi plan de escape.

—¡Tomaré en el departamento!

Por suerte estaba cerca de la puerta, y corriendo me metí en mi departamento cerrando la mi puerta. Como si eso no fuese poco, corrí hacia arriba, encerrándome en mi habitación y sin querer salir por el resto de la tarde.

Qué vergüenza...



Cuando le cuento lo que sucedió a mi mejor amiga, ella se queda en completo silencio, tanto su boca como sus ojos abiertos, inmóvil. La había llamado de emergencia para que viniese el día siguiente, lo más temprano posible, para poder hablar de... eso. 

En lo que ella recalcula qué ha sucedido, lo que hice, yo recuerdo de aquella vez en que adivinó antes que yo lo haga de que Michael me estaba gustando. Y es cierto, muy cierto. Antes de eso, ya sentía electricidad en mi cuerpo, me sentía cómoda y segura, me sentía bien aunque me diese crisis existenciales, no era como Hayden que simplemente me sonrojaba.

Quizás fue por los celos que sentí por la profesora, quizás por la conversación que tuve lo que me hizo apagar mi cerebro en esos segundos que acabé por hacer eso. 

Estuve unos minutos en silencio y Sam sigue de la misma manera.

—¡Di algo! —dije, arrojándole una almohada.

Ella está recostada en la cama, panza abajo y mirándome, mientras yo me había posicionado frente suyo en la silla del escritorio.

Sale de su trance cuando la almohada cae en su rostro. Lentamente, la agarra y se abraza a ella en lo que se va sentando.

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