Capítulo 50

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La cabeza me duele a horrores y la oscuridad a mi alrededor no me permite ni ver mis propias manos.

Ya llevo varios minutos despierta, siendo lo único que sentí desde entonces a mi martillante cabeza.

Mierda.

Tengo demasiadas ganas de vomitar pero nada sale de mí.

La oscuridad es tan densa que apenas y puedo notar la silueta de mi propio cuerpo y la de... alguien... más...

Retrocedí instintivamente contra la pared, apretándome a ella. Aquella persona no parece darle demasiada atención a lo que hago, tan sólo permanece allí, inmóvil. Y si agudizo mis oídos, siquiera puedo escuchar su respiración.


Al carajo, después de todo, ya estoy encerrada en una celda.

—¿Quién eres?

Mi voz sonó asquerosamente rasposa, y es que si bien la siento seca, no le doy demasiada atención a esto sino a la figura. Comienza a inquietarme por como no hace más que eso.

—Estoy aquí para cumplir un favor —. Su voz suena de muchos lados y a la ve de ninguno —. Te ves horrible, humana.
Humana...
Olfateo el aire, no percibo nada putrefacto, nada de azufre, tan sólo la humedad de esta cárcel... Si es que es una. Entonces, este sujeto, no es un demonio.

—¿Qué eres?

Creo que me mira con desdén, me hace sentir que de verdad no quiere estar aquí pero no le queda de más opción. ¿Lo trajeron a la fuerza? ¿Será... un brujo?

—Me llamaron para hacer algo, no para responder tus estúpidas preguntas —habla mordaz y ahí me doy cuenta que en ningún momento se mostrado amable con palabras, sino ajeno, como algo superior. Le noto agacharse frente a mí —. Si haces la pregunta correcta, responderé.

La pregunta correcta...

Me aprieto más contra la pared, haciéndome una bola para mantenerme lo más ajena posible. Considero las opciones de moverme hacia el otro lado, de intentar alejarme encontrando una salida, pero es demasiado obvio que con tanta oscuridad eso sería un desperdicio de tiempo.

No tengo ni idea si está aquí para hacer algo por parte de la secta, si está aquí para prepararme como sacrificio, para tomar mi sangre o...

Mi sangre... Sangre divina, la cual bombea mi corazón. Miguel me ha enseñado a sentir a los demás, a percibir su esencia, entonces sólo debo tomar aire una vez...

Dos veces...

Tres veces...

Sigo inhalando hasta calmar los latidos de mi corazón, hasta poder percibir cada parte de mi cuerpo. Sigo completa, y la única molestia es mi cabeza. Eso es bueno... es bueno. Volví a respirar, esta vez con la intención de sentir más a este ser.

Emana un aire muy distinto a todo aquel que he conocido, es como el viento pero no como el de Rafael que recuerda a hierbas curativas. Este sujeto es más místico, como si fuese parte de algo muy antiguo, casi sagrado y que por algún motivo habita en la oscuridad, un hecho que no le lleva a causar daño, sino a hacer algo más. Es un observador, una personalidad que está por encima de toda criatura humana, y me atrevo a decir que también angelical.

Mi cabeza formula una pregunta, sin embargo, acabo por decir otra.

—¿Quién te envió?


Creo que me sonríe, y digo creo por la manera en que el ambiente se descomprimió. No me he dado cuenta, él está allí formando una especie de barrera para no ser detectado... Así que no eres parte de la secta.

—Madre.

La pronunciación de esa figura me produce un escalofrío que atraviesa mis huesos, llegando hasta mis células haciéndome temblar.

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