Flecha

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          El tren de combustible, hacía un ruido extraño y le hacía tambalear las piernas con la vibración, Flecha estaba perdido mirando por las ventanas, todo se movía a su alrededor y se quedaba atrás, nunca se imaginó estar en un lugar así, todavía le causaba una pequeña impresión, pero la primera vez lo había espantado tanto que incluso se había caído mareado.

          El tren de combustible casi siempre iba lleno, no conocía a ninguno, llevaba más de un mes haciendo el mismo viaje y ya se lo sabía a detalle. El tren hacía varias paradas en toda la ciudad Royk, pero él se quedaba justo en la última estación. Normalmente se la pasaba impresionado de lo que podía ver en el camino o descubrir al hablar con cualquiera de los ciudadanos Latem. Pero algo lo tenía desconcentrado.

          La noche anterior había escuchado al Señor Oro conversar con un viejo que llegó tarde a la casa, a Flecha le bastó solo verlo durante un segundo para darse cuenta que era un Jinete de agua, no lo conocía pero llevaba la misma vestimenta que ellos solían usar.

          La conversación que escuchó fue breve, al parecer ya llevaban rato discutiendo.

          —No es posible que le venda otro Senod, ni siquiera uno —dijo el Jinete de agua.

          —Pagaré lo que sea —dijo el señor Oro, tú verás cómo los consigues y no quiero uno quiero al menos una docena, preferiblemente hombres.

          —Los pocos que nos quedaban fueron vendidos enseguida y la gente que tiene alguno no los quiere soltar —habló rápido el jinete.

          —¿No pueden controlar a unos indefensos Senod privados de todo? —se burló el señor Oro con descaro.

          —Ellos tomaron el país-isla de Senod, liderados por un asesino —explicó.

          —Creí que los asesinos estaban extintos —expresó sorprendido el señor Oro —. De saber que quedaban algunos los fuese comprado desde hace tiempo.

          —Al parecer nadie lo sabía. Pero bueno, el punto es que ya no le puede vender esclavos de Senod.

          El jinete de agua al decir esas palabras fue echado y el señor Oro no pareció estar muy inmutado, Flecha sospechaba que aquél hombre encontraría la forma de sustituir a los Senod para lograr sus misteriosos planes.

          Desde que lo había escuchado Flecha no había dejado de pensar en sus padres, andaba agitando su pierna y perdía su mirada hacia cualquier lado sin ver nada en realidad, imaginaba cientos de escenarios. En cierto punto sintió muchísima paz al saber que se habían librado de los jinetes, pero sabía que eso debió haber tomado muchas vidas, guerras en las que él ni siquiera pudo ayudar. Quizás su padre Naros o su madre Rulia habían resultado heridos, capturados o peor asesinados.

          Flecha se acordó de las palabras de su mamá, cuando le decía que no servía para nada, que él no tenía un don. Probablemente su madre siempre quiso protegerlo de ser vendido prefería creer eso que creer todas las palabras que le decía. Pero sin importar si su madre había sido buena o mala él quería que tanto ella como su padre estuviesen bien.

          Por un momento se quedó meditando, no era el mejor día para estar distraído, cualquier otro día hubiese estado bien. Pero estaba a solo horas de emprender una nueva misión. A su mente se le vino una idea que intentó sacar sacudiendo su cabeza, pero esta volvió a su mente casi enseguida; durante la misión podía intentar escapar.

          La idea rondó su mente unos minutos, se sentía capaz de lograrlo pero cuando recordó a Astrid toda la idea se vino abajo, suspiró e intentó no atormentarse pensando en esas cosas.

Herederos de Alhel: Ciencia y magia (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora