Sol

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          —Ya estamos llegando —dijo Allan, parecía conocer muy bien el camino, Macías estaba detrás de él atento al mar y las estrellas que ayudaban a guiarlos.

          —Ya deberíamos empezar a descender, la isla solo puede verse desde el mar —explicó el Mono Albino, aunque él nunca la había visto había escuchado las historias de varios Jinetes incluyendo el que había encontrado antes la flor de la vida sumergida.

          Sol se asomó en la cubierta del barco que estaba volando y sintió vértigo, era de noche y era poco lo que se podía ver en el mar, la luna a penas iluminaba y el destello de las llamaradas del barco eran bastante notorias y potentes, la velocidad a la que iban era impresionante y peligrosa.

           El globo de Eikon; el sapiente alquimista no era algo que se viera todos los días. Solo había tres en el país de los Sapientes. También servía de barco y se movía en el aire a una velocidad de 147 kilómetros por hora. Esto gracias a los gigantescos propulsores de fuego que lo hacían avanzar a favor o en contra del viento. Eikon explicó que este fuego provenía del corazón de un dragón y a su vez de otros combustibles derivados del petróleo. Magia y ciencia combinadas Eikon había diseñado ese combustible duradero.

         Era cierto que a Sol no le gustaban las alturas pero Otlaxe había pasado casi todo el viaje vomitando y durmiendo, odiaba tanto estar en el aire como estar en el mar y llevaban catorce días de vuelo ininterrumpido.

         El capitán Mono Albino era el que los dirigía a dos de los seis ingredientes de la sustancia que necesitaban para forjar la espada para el rey y el hacha para los jinetes.

          La flor de la vida sumergida: que según Eikon la necesitaba ya que esta flor tenía la propiedad de dar vitalidad o fortalecer a cualquier cosa que la tocara, esto lo ayudaría a mantener el hardoro en la forma que ellos desearan.

           El otro ingrediente a todos le parecía bastante difícil de encontrar pero el capitán Mono Albino aseguraba que estaría cerca de la flor de la vida sumergida.

          Esencia de dios: según los sapientes cualquier tipo de esencia de dios contenía propiedades mágicas antiguas de gran poder. Eikon creía que esa magia antigua les podría ayudar a moldear el hardoro además de otorgarle protección mágica.

           —¿Estás seguro que aquí está la isla Seram? —preguntó Eikon con voz suave y dudosa.

           —Pocos que hayan visto la isla están vivos —habló Rado uno de los muertos vivos con apariencia pálida, su rostro en algún momento fue común pero ahora lucía demacrado con ojeras y de cuerpo bastante delgado —. Hace muchos años cuando era joven estuve aquí y aunque yo no ví la isla estuve con otros que sí.

            —¿Qué pasó con esos jinetes que vieron la isla? —preguntó Sol, ella era la única que siempre debía estar encima del barco volador ya que no cabía en las cabinas de abajo.

             —Ese día había una tormenta y todos ellos, mis compañeros jinetes insistían en llegar a esa isla, yo nunca la llegué a ver quizás era mi incredulidad de joven o tal vez el miedo que tenía. Pero abandoné el barco y nadé en dirección opuesta a dónde ellos iban, el barco luego de unos minutos desapareció en la neblina y en medio de la tormenta casi morí hasta que el capitán me encontró días después —terminó de contar Rado y se quedó mirando al vacío como sí las imágenes estuvieran constantemente rondando su mente —. Olvidé decir que mi hermano era el capitán de ese barco. Y más nunca lo volví a ver —suspiró.

            —Yo también estuve por aquí con mi anterior tripulación de Jinetes y aunque nosotros no vimos la isla sí vimos criaturas extrañas, pensábamos que eran Anis porque parecían humanos y parecían controlar a los animales en el mar pero no. Era algo más que nos vigilaba, por suerte ese día nada pasó pero fue justo en estos mares —explicó Allan.

Herederos de Alhel: Ciencia y magia (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora