Sol

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         —¿No puede ser posible lo que usted me dice, cómo puede saberlo? —preguntó el capitán albino.

        —Los Jinetes de agua perdieron el control de un puerto —explicó el alquimista Eikon, después de tanto años de esclavitud, al fin se rebelaron una parte de los Senod.

       El capitán Mono albino se quedó callado un momento y rascó su cara naturalmente pálida.

         —¡Qué estúpidos son los de ese puerto! —exclamó el capitán y empezó a reírse exageradamente —, menos mal que yo nunca me dediqué a vender a los hombres de senod.

          Sol y Otlaxe no podían creer la insensibilidad del capitán. Todos estaban alrededor de una fogata que había encendido el alquimista, había dejado de nevar, el fuego del barco ya empezaba a disiparse.
      
          —Ahora… al tema que nos concierne, sí todos llegaron a este punto creo que ya no hay necesidad de más secretos del parte de Rey Balto.

          —Al final entonces si se decidió por un sapiente como yo había dicho —comentó Otlaxe —, vio señorita. La próxima vez siga los consejos de los viejos.

          —Centrémonos por favor.

          —No hay nada en qué centrarnos, el barco con el cofre se quemó y sus restos se hundieron en el agua. No creo que tenga una poción que pueda deshacer todo eso —añadió Sol, su cara reflejaba decepción.

         —No es necesario deshacer nada señorita —interrumpió Otlaxe —. Usted muy bien sabe que todo eso no podría destruir el Hardoro, ni siquiera su armadura está destruida.

          Todo el escenario había hecho olvidar a Sol que el Hardoro era prácticamente indestructible. Pero aún se preguntaba cómo iban a hacer para sacar ese cofre del barco hundido.

        —¿Hardoro? Capitán ha escuchado. El cofre que estaba en nuestro barco tenía Hardoro —habló uno de los jinetes. Su nombre era Adob, era un joven avaricioso, el más escurridizo de todos, se encargaba de los trabajos sucios del barco. Como limpiar, y botar los desperdicios, el era uno de los jinetes que podía morir.

          —¿Ahora que lo sabemos por qué no lo vendemos capitán? De seguro nos volveremos ricos —refutó otro hombre más viejo, su nombre era Pommater y tenía todos sus dientes hechos de oro, además le faltaba un ojo y lo cubría con una pañoleta blanca.

        Los jinetes sabían muy bien lo que era el Hardoro, probablemente el mineral más valioso, ninguna cantidad de oro podía comprarlo, solos los hombres de Hard podían tener acceso a él, Sol podía ver los ojos de cada uno de los Jinetes y solo expresaban ambición.

          —Siempre lo supe… —suspiró el capitán —. El Hardoro no nos serviría de nada a nosotros. Solo nos traería problemas.

         —¿De qué habla capitán? Seríamos ricos, podríamos comprar una isla nueva solo para nosotros —reclamó Pommater un poco histérico, desde que había salido a la capilla del dios Mors había seguido al capitán y había muerto varias veces por él.

         —¿A caso estás pensando en traicionarnos Pommater? Porque yo mismo te partiría la cabeza con mi martillo hasta matarte unas cien veces—amenazó Otlaxe con cara seria. El viejo Pommater tragó saliva.

          —Nadie va a traicionar a nadie y nadie va a matar a nadie —afirmó el capitán —, más te vale que no me vuelvas a llevar la contraria Pommater.

         —Está bien capitán.  

         —Bien, de recuperar el Hardoro se encargarán ustedes  —explicó el alquimista y de su maleta sacó una carta, Sol y Otlaxe reconocían la letra, era del rey. No dejó que nadie la leyera. Luego sacó una lista que tenía varios nombres.

Herederos de Alhel: Ciencia y magia (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora