CAPITULO 32

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- DANTE -

Me sacaron de la celda y me metieron en una habitación oscura.

Uno de sus hombres se acercó a mí por la espalda y me clavo una daga que saco rápidamente, grite de dolor.

- No sufras, te recuperaras. No es de plata. No puedo permitirme acabar contigo tan rápidamente.

Cancervero me quito las cadenas de plata, mis muñecas estaban llenas de quemaduras.

Entre los dos hombres me llevaron a dos correas de cuero que colgaban del techo, cogieron mis brazos y los levantaron, colocando cada uno en una de las correas, las apretaron bien y se aseguraron de que no podía sacar mis manos, para que no escapara. Aun así, yo me movía con intención de soltarme, aunque en el fondo sabía que era imposible, me encontraba de pie con los brazos hacia arriba amarrados a esas malditas correas.

- ¿Ahora no eres tan valiente verdad?

- Te odio.

Cancervero se reía, no contesto ni dijo nada, solamente risas salían de su boca. Pero sabía que, aunque no dijera nada ambos compartíamos el mismo sentimiento.

- Vosotros -Se refirió a los hombres que iban con él. -Ya sabéis lo que tenéis que hacer.

Cancervero se dio allí la vuelta para marcharse, para dejarme allí solo con sus hombres.

- ¿Esto es lo que haces? ¿Dejar que sea tu gente la que te haga el trabajo sucio?

No me contesto, aunque ya sabía que no iba a hacerlo.

Sus hombres me rodearon, me fije en que todos sus hombres tenían la mirada perdida, estaban embrujados, ellos no eran los dueños de sus actos, estaban manipulados tal y como había hecho con Kyria, sin ser dueños de su propia voluntad.

Uno de ellos se acercó a mí y volvió a clavarme una daga en el lado contrario donde me la habían clavado la primera vez. Mi cuerpo sangraba, me dieron puñetazos, patadas, clavaban sus uñas en mis heridas, haciéndolas sangrar. Uno de sus puñetazos me dio directamente en la cara, mi boca enseguida empezó a tener un sabor metálico, me habían partido el labio. Cogieron uno de los puñales y empezaron a escribir con él en mi torso, como si mi cuerpo fuera un lienzo en blanco y esa daga su pincel. Según escribían clavándome la punta de aquella maldita daga notaba como mi piel se rajaba, notaba el escozor y mi sangre cayendo. Los hombres se reían entre ellos.

"MUERTE AL ALFA"

Eso es lo que habían escrito en mi torso, mientras hacían todo eso de mi boca no salió ni un solo ruido y dolor, sabía que era lo que querían conseguir, querían que me retorciera de dolor, que gritara e incluso que les rogara por mi vida y no iba a darles esa satisfacción.

Vi como uno de ellos se acercaba a un armario de madera, abrió sus puertas y se quedó observándolo como si no supiera muy bien que coger, al cabo de un rato saco un objeto que no sabía muy bien de que se trataba, no lograba distinguirlo con tan poca luz, hasta que lo puso delante de mí. Era un látigo de seis puntas y en cada punta brillaban unos pinchos afilados, eran de plata.

Los hombres se colocaron detrás de mí, uno de ellos cogió el látigo en su mano, levanto el brazo y... "CHAS" el látigo aterrizo en mi espalda, las puntas de plata se clavaban en mi piel arrastrándola con ellas. "CHAS" vino el segundo, mi piel ardía, notaba como se desgarraba, la plata iba acabando con todo lo que encontraba a su paso. Después del segundo vino el tercero y el cuarto, el quinto, el sexto... los hombres se iban turnando con el látigo.

Tenía los ojos cerrados, gotas de sudor frio caían por mi cuerpo, el suelo alrededor estaba llenos de sangre y de trozos que sospechaba que eran parte de mi piel. Notaba como en mi espalda la piel había desaparecido casi por completo, estaba toda quemada y desgarrada. Sentía como mi pulso iba cada vez más despacio, mis sentidos empezaban a fallar, intente abrir los ojos, pero mi vista esa borrosa, apenas podía escuchar ya el "CHAS" de los latigazos que chocaban con mi espalda una y otra vez. Pero aun así seguía sin pronunciar nada, ni un solo grito de dolor salió de mi boca, pese a que sentía que me estaba muriendo por dentro.

Claro de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora