Minho sacó su pistola de la cintura en cuestión de segundos. Había unsentido la presencia de alguien antes de darse cuenta de que era uno de los niños que habían estado en el frente de la casa. La sangre de Minho se le heló.
No quería matar a un niño. El niño tenía que tener al menos diecisiete años, pero aun así era demasiado joven para morir. Los ojos del muchacho se abrieron y su mano temblaba ligeramente. Minho tenía miedo de que el arma del chico se disparara accidentalmente.
—¿Cuánto te pagan? —El corazón de Minho acelerado. Sabía que si le disparaba al chico, nunca sería el mismo. Pero había llegado con una solución que les permitiera a todos salir.
—¿Por qué? —La voz del chico era plana, sin expresión.
—Voy a doblar la cantidad —dijo Minho. Levantando la mano libre para mostrar que estaba vacía—. Sólo voy a sacar mi cartera, niño.
Los hombros del joven se tensaron. —No soy un niño.
Su apariencia juvenil argumentó lo contrario, pero los ojos del chico hablaban de dificultades y cansancio que no debería estar allí, a su edad. Minho sabía que las calles eran difíciles. Había vivido en ellas hasta que Chan lo había encontrado.
Sacando su cartera, Minho sacó todo su dinero en efectivo. Los ojos del chico se abrieron. —¿Esto es un truco?
Minho dejó caer el dinero en el suelo antes de que él y Hyunjin se movieran hacia el patio vecino. El chico no los detuvo. Él se movió rápidamente hacia el dinero y lo recogió, embolsándoselo todo.
—Gracias —dijo Hyunjin mientras sostenía a Jeongin para poder saltar la valla.
Minho se encogió de hombros. —Lo necesitaba más que yo.
Ellos hicieron su camino de vuelta al carro donde Hyunjin se sentó en el asiento trasero con Jeongin y Minho los condujo directamente a la pista de aterrizaje. No tenía sentido seguir en ese paraíso. Hyunjin había completado su misión y ahora era el momento de volver a casa.
***
Jeongin, sentado en su asiento, miraba por la ventana las nubes mientras el jet lo llevaba a lo desconocido. No había nada en Hawái que extrañaría, pero deseaba saber lo que le esperaba. Una vez más, él saltó de cabeza sin pensar. Ahora eso iba a cambiar su vida.
Hyunjin se sentó junto a él, entregándole a Jeongin un vaso. —Es una bebida vitaminada.
—Pensé que eras un hombre de negocios —dijo Jeongin mientras tomaba un sorbo y se encontró que le gustaba el sabor afrutado. Se tomó la mitad del vaso. Una vez que humedeció su seca garganta, Jeongin dejó el vaso sobre la mesa delante de él.
—Soy un hombre de negocios —respondió Hyunjin—. Pero estoy en contra de que alguna persona que me importa resulte herida.
Jeongin tamborileó con sus dedos la mesa, volviendo a girar la cabeza hacia la ventana. —¿Cómo puedo importarte cuando nos acabamos de conocer?
Hyunjin extendió la mano y jaló la barbilla de Jeongin hasta que lo mirara. —Te lo dije, te quiero para siempre.
Esto era demasiado bueno para ser verdad, a excepción de todo el asunto del secuestro. Tenía que haber una trampa.
No había tal cosa como un caballero de brillante armadura. ¿Qué es lo que quería Hyunjin? ¿Qué quería de Jeongin? El tipo era malditamente guapo, y por el avión privado en que volaban, también era rico. ¿Qué podía querer de un simple camarero?
La mirada de Jeongin fue hacia el hombre que había ayudado a Hyunjin. El tipo había estado en silencio desde que salieron de Hawái. Sus gruesos músculos ondulaban cuando se movía, haciendo que Jeongin pensara en un asesino silencioso. El cuerpo del hombre podría ser registrado como un arma. Pero Jeongin había estado lo suficiente consciente para saber que le había pagado a ese chico en vez de acabar permanentemente con él. ¿Qué clase de persona hacía ese tipo de cosas? Pero los ojos del tipo asustaban a Jeongin. Eran de un color marrón claro, casi como cristales, y llenos de una decidida endurecida expresión. No eran nada como el gris suave de Hyunjin.