Avanzando hacia la parte trasera del motel, la puerta de tela golpeó ligeramente contra el marco, mientras que San dobló la esquina. El viento había aumentado y se podría decir que una tormenta se estaba gestando.
Las nubes eran gruesas, pesadas y corrían de oeste a este. Él y Changbin aceleraron el coche, tratando de llegar a tiempo, y tenían que correr más que la tormenta que se movía lentamente. Él solo no sabía si había logrado llegar hasta aquí antes que Wooyoung desapareciera.
Su mente no podía dejar de repasar la conversación que había tenido con el desconocido. La amenaza fría continuó como una canción que sonaba en sus audífonos, haciendo eco en su cabeza. Peor aún, las palabras aterradas de Wooyoung eran el ritmo de fondo.
Changbin se movió al frente de San y agarró la puerta de tela antes de que se golpeara de nuevo. Abrió ampliamente y agitó con la mano a San para unirse. Sacando su revólver, San se dirigió a la habitación detrás de la oficina del motel. El lugar olía a tabaco. Y también olía como una fábrica de cerveza.
Había una silla reclinable con una bandeja de comida a un lado. Un cenicero lleno yacía en la madera junto con una botella de whisky barato y un vaso vacío. En otra bandeja, una televisión portátil antigua estaba pasando una película en blanco y negro. Aquella televisión era tan vieja que sólo podía pasar cosas en blanco y negro.
Changbin entró por la puerta y saludó a un tipo con la mano en su boca para evitar que gritara. El hombre alto con el pelo que sólo podría haber sido bendecido por Dios se movía junto a San, ondeando hacia donde una puerta sería, San asumió, la recepción.
Alguien tosió y luego un hombre apareció en la puerta. El humano tenía un rostro envejecido y el pelo cobrizo. Él no parecía sorprendido de ver a San y Changbin parados en sus habitaciones privadas. Se arrastró por el suelo, las manos arrugadas sosteniendo una humeante taza.
― Vinieron a robarme? ― El hombre volvió a toser y el líquido de su taza salpicó de lado. Debería haber quemado, pero el hombre no dio ninguna indicación de que él sentía ningún dolor o molestia. ― Buena suerte con eso.
El lado de la boca de Changbin se curvó en una sonrisa cuando San preguntó.
― ¿Alguien se ha registrado en su motel en las últimas ocho horas? ― Se sentía un tonto con su arma expuesta. Dudaba seriamente que el anciano le diera algo de trabajo. Y si el propietario encontrara alguna energía, apenas un empuje a Changbin o San y caería sobre su propio culo.
San guardó su pistola.
― Uno, ― El hombre admitió cuando sus manos temblorosas levantaban la taza a los labios fruncidos.
― ¿Pago la cuenta? ― preguntó Changbin.
El hombre trató de poner su taza sobre la mesa y casi perdió la bandeja. San se trasladó a ayudar al hombre, tomando la botella bebida y el vaso vacío. Él se los llevó, entretanto. San los puso en el suelo cerca de los pies del hombre.
El hombre le hizo un gesto apreciativo antes de contestar la pregunta de Changbin.
― Todavía no. ¿Ustedes están planeando destruir mi lugar?
― No, ― San respondió. Un gato venido del infierno entró en la habitación. En realidad no caminó, se tambaleó. El pelo alrededor de la nariz y la boca estaba lleno de gris, pero el resto de su piel era un naranja hecho jirones. Se balanceó en su camino a los pies del viejo y luego levantó la vista. San cogió el gato y lo puso en el regazo del viejo.
No parecía que el gato pudiera saltar por su cuenta.
― ¿Me puede decir qué habitación alquiló? ― San agarró el cenicero lleno y vació el contenido en un cesto de basura cercano. El espectáculo lo estaba volviendo loco. Él habría tirado el cenicero también, pero sabía que eso no impediría al viejo de fumar.
