Jeongin no había tomado en serio a Hyunjin hasta que la manija en su puerta empezó a sacudirse. En cualquier otro momento, habría pensado que alguien estaría tratando de romper la puerta para irrumpir. Vivía en una zona turbia de la ciudad. Pero cuando Jeongin miró a Hyunjin, vio que los ojos del hombre eran negros como la noche, tan negros que Jeongin podía ver su propio reflejo en el suave espejo de ellos.
Hyunjin dio un paso adelante, con lenta deliberación mientras garras afiladas se deslizaban desde la punta de sus dedos. Jeongin tragó saliva, mordiéndose el labio inferior mientras su mirada iba de la puerta a Hyunjin.
El movimiento en la puerta se detuvo, pero Jeongin tenía la sensación de que esto no había terminado —lo que esto fuera.
Hyunjin jaló a Jeongin del brazo hacia la pequeña terraza. —¿Qué estás haciendo? —Jeongin susurró cuando Hyunjin deslizó la puerta de vidrio abriéndola. Eran seis pisos de altura. ¿Qué esperaba el chico que hicieran, saltar?
Cuando la puerta se abrió, un silbido de aire caliente pasó junto a Jeongin, erizándole el pelo. Era demasiado maldito viento para que ellos intentaran algo por ahí. Incluso si los dos lograran encontrar un camino hacia abajo, Jeongin estaba bastante seguro de que el viento les causaría problemas.
Hyunjin no dijo una palabra mientras salían a la terraza. El cambia formas pantera agarró el barandal y se subió encima, balanceándose al otro lado.
—Tienes que estar bromeando —susurró Jeongin—. No soy el hombre araña. No puedo escalar edificios.
—Sólo tenemos que llegar a la terraza de al lado —dijo Hyunjin antes de saltar. Jeongin contuvo un grito cuando Hyunjin agarró el barandal vecino y subió a la siguiente terraza.
—De ninguna manera —dijo Jeongin mientras negaba con la cabeza—. Si fallo, caeré en picada a mi muerte.
—Si te quedas, te secuestraran. —Hyunjin estiró una mano—. Por favor, confía en mí. No dejaré que te caigas, bebé.
Jeongin se acercó más al borde y miró por encima. El corazón le latía tan fuerte en el pecho que la sangre corría por sus oídos. —No lo puedo hacer.
—Solo has exactamente lo que hice —respondió Hyunjin.
—Ni siquiera sé lo que hiciste —dijo Jeongin—. Tú te mueves como gato, yo no.
—No voy a permitir que te caigas —repitió Hyunjin. Sus ojos se clavaron en el abdomen de Jeongin y en ese instante Jeongin sabía que Hyunjin pensaba que estaba embarazado. Eso era imposible.
Pero también lo era la capacidad de cambiar.
Pero aun así...
La puerta principal se abrió y dos hombres se apresuraron a entrar. Uno vio a Jeongin en la terraza y comenzó a correr hacia él. Jeongin agarró el barandal, curvando los dedos alrededor del acero caliente.
—Vamos, bebé —dijo Hyunjin—. Puedes hacerlo.
Jeongin giró la cabeza hacia un lado para ver que el hombre estaba cada vez más cerca. Enviando una oración, Jeongin pasó una pierna por la borda. Una ráfaga de viento sopló desde abajo y Jeongin se quedó helado. Echó un vistazo a la calle, viendo que tan lejos caería si se resbalaba.
—Jeongin, por favor. —Hyunjin estiró su brazo hacia Jeongin— . No te dejaré caer.
Ya era demasiado tarde. Los hombres en su apartamento habían llegado a la terraza, el primero de ellos tomó a Jeongin y lo jaló al interior mientras el segundo sacaba un arma y le disparaba a Hyunjin.
